sábado, 20 de septiembre de 2008

POESÍA. Vicente Gallego

UN POEMARIO INTERESANTE

Casi por casualidad cogí el otro día en las estanterías de una de las librerías que frecuento un libro; lo abrí, leí un poema y me gustó bastante. Leí un segundo y decidí comprarlo. Se trata de Vicente Gallego, Si temierais morir, Barcelona, Ed. Tusquets, 2008 (página: http://www.tusquets-editores.es/ ). La imagen de Vicente Gallego que figura en la solapa -si debo ser sincero- me pareció todo, menos la fotografía de un poeta. Los prejuicios nos hacen ver la realidad, con frecuencia, de manera equivocada, aunque uno acabe siendo más o menos los prejuicios que tiene. Sin embargo, Vicente Gallego no sólo es un poeta, sino un magnífico poeta. Paisano de otro buen poeta al que a veces parece seguir, Carlos Marzal, el autor de Si temierais morir ha publicado con anterioridad otros poemarios, pero éste es el primero que he tenido la dicha de leer. Hay unos cuantos poemas realmente interesantes en los que Gallego es capaz de hacernos sentir su propia perplejidad en la búsqueda de un sentido que se escapa -el círculo perfecto es un buen ejemplo de lo que digo.

Vicente Gallego no intenta, me parece, hacer buenos poemas, sino poemas duraderos; creo que prefería un lector atento dentro de veinte años que veinte lectores complacientes. Quizás por eso, porque busca la perfección (¿no debería hacer eso mismo todo aquel que osase designarse como poeta?), en algunos momentos su poesía resbala, por decirlo así, entre conceptos. La obsesión por la muerte -como destino que iguala- está presente a lo largo de todo el poemario, pero sólo en algunas ocasiones emerge con fuerza; pero esto lejos de ser un defecto, es una virtud, pues la poesía nunca ha vivido de modas. Y los poetas de moda son quizás todo, menos poetas.

**A estas alturas creo que sólo debo pedir disculpas a EGO por el abandono en el que dejo el blog. Los problemas de la vida me derrotan, pero hasta que no se ponga el sol, debo luchar con esperanza.

jueves, 11 de septiembre de 2008

POESÍA. Itsjok Katzenelson

Kanta! Toma en la mano tu arpa,

gueka, aguekada, livyana

El libro del que voy a hablar hoy está lleno de dolor, pero es -en la mejor tradición bíblica de la que bebe- un canto: Itsjok Katzenelson, El canto del pueblo judío asesinado, Barcelona, Ed. Herder, 2006. Edición trilingüe ídish-castellano-judeo español. Traducción al castellano y transcripción del ídish: Eliahu Toker. Traducción al judeo-español: Arnau Pons. Epílogo: Phillippe Mesnard.

Se pueden decir muchas cosas de este largo canto; pero lo primero que yo debo hacer aquí es recomendar su lectura, capaz de emocionar porque nos hace cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, como quiere el Eterno por boca de Ezequiel: “Y os daré un corazón nuevo y os infundiré; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). Itsjok Katzenelson nació en Karelitz (Bielorrusia) en 1886; conoció la Shoá (la Catástrofe), la destrucción de los judíos europeos. Primero en el gueto de Varsovia -desde donde la mayor parte de su familia fue deportada a Treblinka, uno de los campos de exterminio-. Huyó con su hijo mayor a Francia, pero fue internado en el campo de Vittel -donde escribió El canto por encargo de la comunidad judía; finalmente, fue deportado a Auschwitz donde desapareció. Ahora que lo he escrito, pienso en el dolor de marcar los hitos de la vida de una persona por la brutalidad de los asesinos: el gueto, Treblinka, Vittel, Auschwitz... Por eso quiero decir que Katzenelson es un gran poeta, profesor y director de la escuela en Lodz (Polonia); escribió numerosos poemarios, obras de teatro, canciones para niños tanto en hebreo como en yídish (forma usual en España para ídish).

La historia de El canto podría ser el argumento de una gran novela. Katzenelson, huido a Vittel con su hijo, compone -quizás por encargo de la comunidad judía del campo- El canto y, ante el peligro, guarda en tres botellas el manuscrito. Esas botellas fueron enterradas juntoa un pino; la situación la conocían los compañeros de Katzenelson. Cuando el capo de Vittel es liberado, una amiga del autor, Miriam Novich, que conocía el lugar donde se hallaba el manuscrito, lo desentierra para hacerlo público; pero de Katzenelson se perdió toda huella ese mismo año, mil novecientos cuarenta y cuatro, en Auschwitz.

Debo decir -y que me perdone el poeta argentino que ha traducido al castellano El canto, que la versión en djudeo-español tiene mucha más garra que la versión española. Algún día tendremos que hablar ampliamente de la literatura sefardí. Ahora recordaré que el día catorce de septiembre hay un encuentro en torno a la cultura sefardí (literatura, música, cocina...) en París organizado por la amiga Gaelle Collin. Si tuviese ocasión, bien sabe el Eterno que me escaparía a la Ciudad de la Luz en el primer vuelo. Dicho esto, me queda señalar lo que para mí es más importante: la profundidad del dolor y del sufrimiento en una lectura profundamente poética (y, por ello, religiosa) cuya inspiración bíblica es radical. Con ello quiero apuntar a que el lenguaje no “bebe en”, sino que es directamente profético. Muchos pasajes me han recordado a mi viejo amigo Jeremías, que cantó a la desdicha del Pueblo como pocos; como Job, que sólo se quejó del Eterno cuando llegaron sus amigos para convencerlo de su justicia... Claro que el autor se enfrenta con el Eterno; claro que a veces piensa que sería mejor que su silencio tradujese su inexistencia; todo eso es claro, pero también lo es que sin el Eterno no tiene sentido El canto y no es que yo quiera que lo tenga, sino que lo tiene.

Todos conocemos la frase de Adorno sobre la poesía después de Auschwitz; todos conocemos el interrogante planteado por Bloch a Moltmann... Reflexionar sobre ellos es, sin duda, importante, pero aún lo es más mantener viva la memoria, y la memoria poética, aquella en la que se afinca la existencia:

Vos konosko byen! I malgrado ke mi boz no es tan rezya

komo la de mis aguelos los profetas, vos konosko byen!

A los empesijos de Djudyo...

lunes, 8 de septiembre de 2008

RESPUESTA. Conversación con EGO

Donde la conversación
con EGO se prolonga
y se agradece un comentario
sobre las fotografías

Querido amigo EGO, no tienes que darme las gracias por contar historias: pocas cosas hay con las que yo disfrute más. De hecho, en tu segundo comentario afirmas notar cierto “parón”. Lo ha habido y una de las razones es que he estado escribiendo historias (para entretenerme, pero también para descansar). Quizás no pueda mantener el ritmo de comentarios de septiembre, porque aunque no me cuesta trabajo escribir, sí me resulta costoso editar esta gacetilla porque no conozco muy bien el funcionamiento de los medios técnicos y, sin embargo, me gusta que las cosas queden aceptables (ni te imaginas el trabajo que me cuesta que las fotografías aparezcan donde aparecen... Un amigo -otra historia y verídica- me decía: “Valentín, tienes las manos eróticas: todo lo que tocas, lo jodes” -y ya me perdonarás la expresión). Por otra parte, me resulta conmovedor que nos impresionen las mismas historias. La del Nazareno cada día la conoce menos gente; por cierto, M. Yourcenar habla de esa historia de manera magistral en El tiempo, gran escultor, publicado por Alfaguara (lo tengo en algún lugar de la biblioteca, seguro, pero ahora no soy capaz de encontrarlo). El título del libro es ya una invitación para leerlo. No estamos en un tiempo apto para historias de perdedores (podrías leer La puerta de la misericordia, también en Alfaguara. Otro día contaré algo sobre ese libro). En cuanto a Benjamin siempre me cayó bien porque era feo y miope, justo en los antípodas del éxito moderno. Sin embargo, lo más hermoso es que estas historias te reconforten.

Estoy absolutamente seguro de que podrías leer La prueba del laberinto. Y si lo lees, estoy seguro de que encontrarás algo que te dará que pensar, porque uno puede no estar de acuerdo con un autor, pero los grandes -y Eliade lo es- te hacen pensar y te abren puertas. El próximo libro del que hablaré será un poemario; no te lo prometo, pero te lo aseguro.

Además de todo, me encanta, si me permites expresarlo así, que te gusten las fotografías. Espero seguir charlando contigo y perdóname si alguna vez me retraso: puedes creerme si te prometo, esta vez sí, que me hace feliz hablar contigo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

ENSAYO. Mircea Eliade

UN LIBRO DE HACE VEINTIOCHO AÑOS

Llevo varios días sin escribir -y sin que me escriban- y a la hora de decidir sobre qué libro hablar estaba lleno de dudas. Me he decidido por uno de esos libros que me han acompañado muchas veces no sólo por el contenido sino por la admiración que su autor suscitó en mí siendo yo joven. Me refiero al autor rumano (aunque viviese largamente en París y acabase instalado en Chicago) Mircea Eliade, La prueba del laberinto. Conversaciones con Claude-Henri Rocquet, Madrid, Ed. Cristiandad, 1980 (página en la Red: http://www.edicionescristiandad.com/ , pero esta editorial ha cambiado profundamente su línea después de la “reapertura” tras un paréntesis de años). Se trata, como indica el subtítulo de la obra, de un libro de conversaciones, género que fue usual hace unas décadas y que, al parecer, sólo los franceses siguen practicando. El acierto de un libro de conversaciones depende, básicamente, de dos factores: las dos personas que conversan. En este caso, tenemos a uno de los personajes más interesantes del la cultura del siglo XX, el historiador de la Religiones y fundador de la Escuela de Chicago, Mircea Eliade, y el arquitecto francés Claude-Henri Rocquet. Éste sabe conducirnos con sus preguntas a través del laberinto que verdaderamente fue Eliade (se le podría preguntar a Mihail Sebastian, pero no me parece necesario).Es, posiblemente, el libro de conversaciones que más he disfrutado.




No se espere que este libro ahorre la lectura de los textos de Eliade: ni es un resumen de su obra ni lo pretende; pero sí nos ofrece algunas claves biográficas para entenderla -ciertamente se ocultan aspectos de la vida del autor de Lo sagrado y los profano, pero sabemos de sobra que toda autobiografía o toda conversación en torno a la propia vida es autojustificativa. Conocemos aquí al Eliade de sus inicios: en Bucarest (con su dragón y la habitación vedada que muchos tuvimos...), en Italia (donde conoce a Papini), el Eliade que se marcha a la India cuando muy pocos lo hacía y que se hace discípulo del maestro Dasgupta, el que regresa cambiado y, al estallar la guerra, marcha a Lisboa (donde conoce a nuestro Ortega, d´Ors, aunque Eliade admirase más a Unamuno a quien, sin embargo, no llegó a conocer), los años del hambre en París en los años de la emigración rumana: Eliade, Ionesco, Cioran... Verdad es que Eliade consiguió ser profesor en la École Pratique des Hautes Études, pero no es menos cierto que pasó grandes apuros económicos. El viaje al país que tiene por nombre una sigla, EE.UU., y la decisión de establecerse en la Chicago en cuya Universidad fundaría Eliade la Escuela de Religiones. En fin, toda la peripecia de un intelectual europeo que como otros en su juventud se quedó deslumbrado con los totalitarismos.



Mircea Eliade nació en Bucarest (Rumanía) en 1907 y murió en Chicago (EE.UU.) en 1986. Su vida, por tanto, recorre la médula del siglo XX: conoció la Primera Gran Guerra, los años inexplicables de Europa, la Segunda Gran Guerra, la reconstrucción, la Guerra Fría -de hecho, ahora me doy cuenta de que la historia del siglo XX puede hacerse casi al completo nombrando sus guerras. El autor del Tratado de morfología de lo sagrado fue también novelista, aunque confiese que lo que he leído de él en ese campo ni por asomo tiene la creatividad que sus ensayos; pero Eliade también tuvo la faceta de escritor de diarios, que se leen con increíble placer. Siempre recordaré sus “ataques de vagotonía”, palabreja ésta (¿en la traducción parcial de los diarios que hizo Espasa?) que yo no conocía y me hacía imaginar a un Eliade echado en su apartamento de París sobre una chaise-longe con la mano en la frente en una actitud teatral.
Las fotografías que ilustran el comentario de hoy son todas hermosas: en la primera está con el arquitecto Claude-Henri Rocquet; en la segunda, con Ionesco y Cioran; la tercera representa a James, Eliade y Graves. La última es la clásica fotografía con Jung, amigo con el que se encontró en las conversaciones de Eranos (que está editando Anthropos) en varias ocasiones. Si alguien consigue hacerse con La prueba del laberinto disfrutará, no lo dudo, tanto como yo.



jueves, 4 de septiembre de 2008

RESPUESTA

Donde sigue la conversación...

Estaba escribiendo otra cosa y he abierto la gacetilla. Me ha sorprendido gratamente encontrar dos comentarios. Anónimo a secas me dice que no está acostumbrado a leer filosofía. Le diré que nunca es tarde, que -como enseñaba Zubiri- somos jóvenes mientras conservamos la capacidad de empezar (de paso, no sé bien por qué todos queremos ser jóvenes; de hecho, yo de niño lo que quería ser era viejo). El nacimiento de la tragedia es una buena elección para empezar a leer a Nietzsche; pero si me permites un consejo, deberías leer a la vez algo de historia para situarte -incluso podría ser bueno leer a Dostoievski. Gracias, también a ti, invisible amigo, por leerme y escribirme.

Sin ánimo de halagarte, diré que tienes más intelijencia de la que confiesas (homenajeemos a Juan Ramón, que se lo merece sobradamente), pues muy pocos alcanzan a “deambular por la belleza de las palabras” en la hermosa frase que usas. Y siempre he creído que la paciencia se alcanza (con paciencia, ciertamente). En cuanto a las preguntas que haces, yo en principio sólo puedo narrar dos historias. Seguramente conoces las dos, pero las recordaré. La primera habla de un hombre, que pasó haciendo el bien, pero al que torturaron y acabaron matando. Colgado del árbol ya no había ninguna esperanza y quien lo viese, por más amor que pusiese en la mirada, no la vería. Era un sin esperanza. Era la víspera de la fiesta del Pésaj del año 30. El árbol era el de la cruz donde, según dice el himno cristiano, “estuvo clavada la salvación del mundo”. El muerto era un tal Jesús de Nazaret. Paradójicamente, pocas realidades han dado más esperanza a los seres humanos que el fracaso de la cruz. La segunda historia es de un hombre, otro judío, que con otros huía de la ocupación nazi de Francia. Llegaron a los Pirineos, la frontera española. Allí los detuvo la guardia civil y los encerró por la noche en una caseta. Nuestro hombre, pensando que lo iban a entregar a los nazis, decidió ahorcarse. Era el 27 de septiembre de 1940 en Port Bou. Los guardias civiles, conmovidos por el suicidio, dejaron pasar la frontera al resto del grupo. Theodor W. Adorno esperaba al que murió en Nueva York. Su nombre era Walter Benjamin, que nos dejó dicho: “Sólo por los sin esperanza nos es dada la esperanza”. Su muerte abrió las puertas de la vida a sus compañeros de viaje. EGO, muchas gracias.

RESPUESTA.

Conversación

Estoy en deuda con este amigo que responde a las iniciales de EGO: le debo dos respuestas; procuraré, si me lo permite, unirlas. Diré que es posible que tenga más “formación académica” que tú, pero eso no implica que tenga más formación ni tenga aquel espíritu de fineza tan del agrado de Pascal. De todos modos, el hecho de que leas lo que escribo (aprovecho la ocasión para agradecértelo) implica que tienes ciertos intereses que hoy son poco comunes. También acepto que con los años he reunido algunos libros que me acompañan y con los que dialogo; porque una de las maravillas de los libros -más aún de las cartas- es que te permiten hablar con personas que ya no están: aparecen delante de ti dibujadas por sus propias palabras.

Respecto a las interpretaciones tendremos que llegar a un acuerdo. Diré que no todas pueden responder a la obra (al lenguaje, si quieres), porque si todas fueran igualmente verdaderas, entonces la obra no tendría otros significado que su capacidad de soportar cualquier interpretación. C. S. Lewis puso un ejemplo magnífico en un libro titulado La abolición del hombre, que editó Ed. Encuentro hace muchos años: si ante las cataratas de Iguazú (él se refería, me parece recordar, a las del Niágara) uno dice: “Son muy hermosas” y otro replica: “Son vulgares” es imposible que los dos tengan razón, salvo que sólo estén expresando estados de ánimo. Así, el primero diría: “Tengo sentimientos hermosos” y el segundo, “Mis sentimientos son vulgares”. Sin embargo, ambos se pretenden referir a la realidad que tienen delante. De hecho, la hermosura provoca en el primero un estado de ánimo de admiración. Si fuese cierto que sólo expresan su propia subjetividad, habría que reconocer que al decir: “Eres estúpido”, estoy diciendo “tengo un estado de ánimo estúpido”. Y no queremos decir eso, pero uno de los errores de los modernos es pensar que la realidad es muda y yo creo que de una obra de arte no importa tanto lo que yo piense cuanto lo que ella piense de mí, cómo me sitúe en el mundo y qué sentido de la existencia me abra.

¿Un no-mío mío o un no-yo mío? (aprovecho para decirle al anónimo que se expresó con el no-yo mío que me parece que el guión debe ir entre el no y el yo para que la frase adquiera sentido). Quizás no es sólo una cuestión de sentido de propiedad, pero ¿está todo el poeta (“yo”) en el poema?

Leer a Wittgenstein siempre es un acierto, porque, además, es de esa raza de filósofos que te empuja a informarte de su vida para descubrir que hay mucha más vida personal en los sistemas de pensamiento de la que parece a primera vista. Nadie que lea el Tractatus pensaría que en él va una buena parte de la biografía de Wittgenstein y, sin embargo, va.

Por nada del mundo quisiera yo dejar fuera de esta gacetilla al único corresponsal fijo que tengo. Hablo de los libros que he leído, EGO, de los que me han influido y me han hecho cambiar de punto de vista -de perspectiva.

¿Dios no está ahora? ¡Qué pregunta! El Martillo de Röcken (el hijo del pastor, vamos, Nietzsche) anunció (algo que ya se había oído, cierto, pero él lo hizo con el lirismo que le caracterizaba): Gott ist tot, es decir, Dios ha muerto. Citaré de memoria (sabiendo que el texto difiere de mi cita, conste): ¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que recorría la plaza con una lámpara a pleno día gritando “busco a Dios” y que, precisamente, arrancó una gran carcajada de los que estaban en la plaza y no creían en Dios? Uno decía: ¿Es que se ha perdido? Y otro: ¿acaso de ha escondido? ¿Se ha extraviado como un niño? ¿O es que tiene miedo de nosotros? ¿Se ha exiliado? Así gritaban riendo unos con otros. El hombre loco saltó en medio de ellos y los taladró con sus miradas: ¿Adónde ha ido? Yo os lo diré: lo hemos matado nosotros, vosotros y yo. Todos somos sus asesinos y el texto sigue (es de El gay saber). El loco (quizás un Sócrates loco o tal vez el que recorría Atenas diciendo: “Busco un hombre”, Diógenes, el antitipo de Sócrates) sigue diciendo: Dios ha muerto, Dios está muerto y nosotros lo hemos matado. A mí, personalmente, ha sido uno de los textos que más me ha impactado (lo leí muy joven) y no tardé en aprenderlo de memoria. Aquí se pone de manifiesto -inspirándose en el Discurso de Cristo muerto de Jean Paul- uno de los desgarros fundamentales de la cultura moderna: Dios parece ausente, tan ausente que es posible darlo por muerto. Como dirían algunos hegelianos, deviene el ateísmo; es decir, Dios estuvo (mientras se creyó en él), pero ahora diría Nietzsche ya no podemos creer en Dios. Pero entonces ¿no nos alcanza el nihilismo? La realidad parece perder toda su sustancia: ¿dónde fundar la igualdad de los seres humanos? Ahora vemos que algunos pretenden acudir a la biología -lo que no deja de ser una forma biologismo, que desemboca en el racismo tarde o temprano. Formulas, además, algunas preguntas muy interesantes: “¿Podemos esperar a Dios desde la desesperanza?, que parece una paradoja. Recordaré la frase de Benjamin que ya he citado en otra ocasión: Sólo por los sin esperanza no es dada la esperanza. Yo diría que una forma posible hoy de pensar la presencia de Dios es hacerlo como ausencia -lo que algunos autores llamarían la discreción de Dios. De todos modos, hablar de esto nos llevaría muy lejos.

Por último, uno puede leer los libros que quiere leer: le llevará más o menos tiempo, pero se hace. Recuerdo que cuando comencé a leer filosofía me enteraba de todo, es decir, en verdad no comprendía casi nada. Sólo con el paso de los años he aprendido que comprendes sólo una pequeña parte y, por eso, hay que releer una y otra vez. Intentaré hablar dentro de mis posibilidades de los libros de arte (pintura, arquitectura) y estética que he tenido la suerte de leer. Gracias por escribir, EGO, y a ver si algún día tengo la suerte de conocer tu nombre.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

ENSAYO. Manfred Frank

EL DIOS VENIDERO



Cualquiera que tenga someras nociones de teología y filosofía sabe que Alemania es una verdadera jungla en los años que van de la muerte de Leibniz a la de Nietzsche, por poner dos fechas significativas. Aquí se incluye la época que otro alemán ha llamado los años salvajes de la filosofía. De hecho, la cultura alemana resultó decisiva en el siglo XIX tanto por Alemania como por Austria y el Imperio. Recuerdo que mi primer profesor de Hebreo Bíblico nos dijo a los cuatro alumnos que tenía: “La primera lengua semítica que debéis aprender es el alemán”, porque la mayoría de los diccionarios y de las gramáticas estaban en alemán. Verdad es que en mi época casi todo se traducía al inglés -y en español contamos con el magnífico diccionario de L. A. Schökel editado por Trotta de precio prohibitivo si se compara con el Brown. Bueno, a lo que íbamos**, el siglo XIX en filosofía es decisivo para entender la historia del siglo XX (piénsese sólo en el marxismo). El libro del que voy a hablar brevemente hoy toca el nudo gordiano de esa época: Manfred Frank, El Dios venidero. Lecciones sobre la Nueva Mitología, Barcelona, Ed. del Serbal, 1994 (página: http://www.ed-serbal.es/ En la colección de Delos hay obras realmente magníficas y es bueno echar una mirada...). El profesor Frank nació en Elberfeld (Alemania) el año en que terminó la Segunda Gran Guerra; le tocó, por lo tanto, crecer en plena reconstrucción y desnacificación (¿la hubo realmente?), una época en la que al decir de muchos Alemania dejó de ser Alemania para convertirse en un satélite de las superpotencias -no le faltaba razón a Fritz Heidegger en su comentario sobre las pretensiones de los americanos.

Frank tuvo como profesores a Gadamer (“el” discípulo de Martin Heidegger, al que el sentido del humor de su hermano Fritz no le hubiese venido nada mal), Löwith (al que el hijo del sacristán de Messkirch acompañó con el escudo de NSAP en un paseo por Roma mientras el bueno de Petersen, al decir de Löwith, no dejaba de tener hijos), Heinrich y Tugendhat, que son suficiente garantía de una formación no sólo sólida, sino sobre todo creativa. Y es que siempre vamos a hombros de gigantes. En la actualidad, si no me equivoco, imparte clase en la Universidad de Tubinga, célebre por su biblioteca. En tono chistoso diré que con semejantes antecedentes (¡el Seminario de Tubinga!) no es raro que el profesor Frank haya trabajado sobre todo el idealismo. Sin embargo, El Dios venidero no es un libro sobre el idealismo: es mucho más.
Jean Paul escribió su desconocido (pero, curiosamente, famoso a través de la vía francesa) Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos, diciendo que no hay Dios. Hay una muy buena traducción de Andrés Sánchez Pascual en una obra de Olegario González de Cardedal, Cuatro poetas desde la otra orilla, Madrid, Ed. Trotta, 1996; otra traducción se ha publicado en la Ed. Istmo (por cierto, ¿por qué Andrés Sánchez Pascual no continúa traduciendo a Nietzsche? Lo dejó hace unos años y supongo el motivo; pero hay otras editoriales además de Alianza y la obra emprendida merece la pena). Ese discurso fue usado por el amigo Hegel -no sólo el Viernes Santo especulativo, desde luego-, pero también por casi todos los autores del idealismo alemán y llegó a Nietzsche (quizás por la vía francesa). Todos se preguntaron por la posibilidad de vivir en un mundo en el que Dios ha muerto y, con esa muerte, cualquier posibilidad de una realidad superior que funde la existencia. El profesor Frank profundiza de manera magistral -no sólo porque el libro está escrito en forma de lecciones universitarias- en el asunto abordando la promesa de un nuevo dios que desde Hölderlin al menos es el huésped más deseado de la filosofía alemana. A ese nuevo dios se le puede llamar de muchas maneras -Pueblo, Clase, Raza o incluso “un dios”, pues “sólo un dios puede salvarlos”, Heidegger dixit-, pero desde mi modesta perspectiva se presenta como ruptura con la tradición judeocristiana en forma de una Nueva Mitología capaz de fundar el mundo. Los dioses griegos -que son los germanos despertados de su sueño milenario por la invocación de Hölderlin- ofrecen una posibilidad, sobre todo aquel gran dios, Zagreo o Dionisos. Esto explicaría en buena medida la evolución de la política alemana -no se olvide que las bacantes pretendía abolir la conciencia, tachado de invento judío y cristiano (al fin y a la postre, Jesús de Nazaret fue un piadoso judío) por los nuevos paganos. Y ya sabemos adónde condujo esa abolición. El profesor Frank traza certeramente la línea de pensamiento que va desde la Ilustración a Creuzer. Se trata de uno de esas raros libros capaces de profundizar -no sin trabajo, pero con claridad- es los laberintos de la filosofía. Debo anotar -para los interesados- que la reflexión estética está muy presente en este trabajo, imprescindible para teólogos, filósofos y gentes del pensar.

**Tenía yo un profesor al que llamábamos más o menos cordialmente “el Persiana”, porque se enrollaba solo; temo que a mí me pase lo mismo, pues muchas veces el hecho de escribir sin saber quién va a leer lo escrito (o incluso si alguien lo leerá) hace que uno se exceda con las palabras. Por eso, de nuevo al amigo EGO le doy la gracias por su último comentario sobre Pombo. Dije al principio que me inclino más a las novelas que a los novelistas, a los poemarios que a los poetas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

NOVELA. Álvaro Pombo

UN GRAN ESCRITOR

Uno de los narradores españoles con más fuerza es, sin duda, el santanderino Álvaro Pombo. El recuerdo más temprano que tengo de él es una de sus apariciones en una tertulia televisiva; no recuerdo el año, pero me pareció un tipo realmente divertido y con una capacidad de contar maravillosa. El primer libro suyo que leí, años después, fue El metro de platino irradiado, que me encandiló no sólo por su estilo, sino sobre todo por el tratamiento de los personajes, algunos de los cuales tenían realmente vida propia, incluyendo entre éstos algunos secundarios que tiene realmente, contra el título de uno de sus relatos, sustancia. Desde aquella lectura me hice adicto a Pombo. Y es una adicción sana que te hace aprender -por ejemplo, gracias al escritor santanderino conocí a Meyer, al que Pombo usó como fuente para escribir la maravillosa Una ventana al Norte (espero no equivocarme porque estoy citando de memoria). El libro al que voy a referirme hoy está editado, como los dos anteriores, por Anagrama en la serie Narrativas Hispánicas: Álvaro Pombo, Aparición del eterno femenino contada por S.M. El Rey, Barcelona, Ed. Anagrama, 1993 (página: http://www.anagrama-ed.es/ ). Nació Pombo en Santander en junio de 1939, muy poco después del final de la Guerra Civil, Le tocó como a muchos una infancia de estrecheces; estudió Filosofía y Letras y en 1966 tuvo que marcharse a Londres ciudad de la que regresó en 1977. Álvaro Pombo no es sólo un escritor de talento, sino una persona de ideas que, además, sale a la plaza pública a defenderlas. Por esto también hay que felicitarlo.

Se trata de una novela deliciosa sobre la pérdida de la infancia y el ingreso en la adolescencia. Se trata, además, del libro en el que Pombo ha puesto más sentido del humor -algo que a veces parece ausente en sus otras novelas, pues nuestro autor gusta abordar los temas con una profundidad escolástica (digo esto sin segundas), pues él mismo ha insistido en ocasiones en el contenido filosófico de sus narraciones. En la novela de la que hablo, sin embargo, ese elemento está casi ausente y hay mucho más de observación psicológica, de reflexión que pretende sino ser un reflejo de un mundo que desaparece.

Dos niños, el Ceporro y el Chino, ven interrumpida su tranquilidad con la llegada de una refugiada alemana: sin quererlo va trastocándolo todo, según cuenta el Ceporro (por algo es el Rey ya que tiene la palabra) en un estilo cercano y divertido, con el Pombo ha conseguido recuperar ese lenguaje que perdemos al crecer: el de la sinceridad apabullante porque no pretende ser sinceridad, sino sencillamente contar lo que me pasa: Pensar sin hablar no es nada fácil. Y resultaba que, entre unas cosas y otras, me había quedado sin con quién. ¿Con quién iba a hablar si con la abuela y con doña Blanca no se puede y con Rodolfo y con Belinda había ya gastado la mayoría de la pólvora en salvas que no valieron para nada? Y eso que lo que Belinda dijo sí que algo debió de valer, aunque ni me acordaba de qué dijo ni sabía para qué podía valer (pág. 74).

Garantizo a los lectores de Aparición del eterno femenino, una novela corta, que desearán que Pombo hubiese escrito mil páginas más.