lunes, 10 de noviembre de 2008

Poesía: Alda Merini

DE NUEVO ADMIRABLE ALDA MERINI
Es posible que debiera empezar disculpándome por la tardanza en renovar esta gacetilla en la que hablo de algunos libros. Tengo la esperanza -no hay esperanza sin espera, aunque haya esperas sin esperanza- de que en algunas semanas seré capaz, si las circunstancias dolorosas de la vida me dan un respiro, de regularizar los comentarios.

Realmente traigo hoy un libro precioso: se ha publicado de la gran poeta italiana Alda Merini, Cuerpo de amor. Un encuentro con Jesús, Barcelona, Ed. Vaso Roto, 2008. La traducción, magnífica, es de Jannette L. Clariond.


No obstante, antes de hablar del libro, quiero referirme a las dificultades para conseguirlo. Conocía yo a la poeta italiana por otras dos obras, publicadas en Pretextos y en la Editorial La Poesía, Señor Hidalgo. Ambas editoriales tienen una distribución aceptable y no fue para nada difícil hacerse con los poemarios. De hecho, La Tierra Santa llegó a mis manos por casualidad: lo encontré en los anaqueles de una librería y, después de leer un par de poemas, lo compré. Desde aquel momento presté atención al nombre de Alda Merini y, como acostumbro, intento adquirir todo lo que la autora publica.


En un suplemento cultural leí una reseña -de la que prefiero no hablar- de Cuerpo de amor y he aquí que de inmediato me lancé a buscarlo en varias librerías de mi ciudad. Soy tenaz buscando en librerías; incluso pedí un favor a una amiga librera: todo para nada, porque la editorial Vaso Roto no tiene, que se sepa, distribuidor en la Heroica Ciudad. Debo hacer notar que incluso una cadena nacional de librerías no tenía ningún volumen del sello editorial en el que se ha publicado el último poemario de Alda Merini. Finalmente, una maravillosa amiga consiguió comprar el poemario a través de interné y me lo regaló, algo por lo que le estaré eternamente agradecido.


Si he contado esto porque es verdaderamente una pena que un libro tan hermoso sea tan difícil de conseguir. Lógicamente, algún avispado me dirá que para esto sirve la Red mundial (en la que somos pescados); sin embargo, es otoñalmente triste no poder tocar las hojas de un libro y acabar conformándose con una imagen en la pantalla del ordenador.


Tomemos el rumbo de Cuerpo de amor. Se trata de un maravilloso poemario en el que Alda Merini excava en los pozos de su ser. En efecto, se trata de una poemario profundamente religioso y, como digo siempre, no por el tema (alguno diría: “también”), sino sobre todo por el tratamiento: la experiencia personal del encuentro es abordada en la profundidad humana del sufrimiento y la alegría, del espanto y de la maravilla: Jesús fue una gran catástrofe al acercarnos los unos a los otros.


Incluso en el sinsentido Merino escribe el sentido -algo que me ha recordado al filósofo polaco Kolakoswski, que preguntaba cómo sería capaces de percibir el sinsentido si no hubiese un sentido sobre el que se recortase.


Nada hay en la experiencia de este poemario que no sea íntimamente personal y, por lo mismo, universal. Alguien ha dicho -supongo que con total conocimiento de causa, aunque un total conocimiento es imposible y el que lo pretende sólo muestra su desconocimiento- que en este poemario hay elementos gnósticos -¿acaso un supuesto desprecio del cuerpo? Pero semejante idea sólo se le puede ocurrir a alguien que no haya entendido el poemario, porque en absoluto hay desprecio del cuerpo, sino todo lo contrario; algo que es profundamente cristiano porque sólo la fe cristiana afirma que Dios mismo, en la persona de la Palabra, se ha hecho carne. El cristianismo es una religión eminentemente carnal, que afirma la resurrección de la carne. Claro que cada vez hay más incultura religiosa y se desconoce incluso la que debiera ser la propia tradición religiosa.


Alda Merini nos deja algunos pensamientos realmente profundos en una prosa altamente poética: Mas yo no sé qué es la variación de la sangre, ni el color rojo del martirio, y pienso que todos los enamorados son mártires, todos los enamorados lo son en Cristo, todos los enamorados lo son en Dios.

CODA
Espero que mi maravillosa amiga se haya dado cuenta.
Gracias a EGO por la preocupación que manifiesta. Espero poder escribir algo expresamente para él muy próximamento.

sábado, 18 de octubre de 2008

POESÍA: Andrés Sánchez Robayna


UN LIBRO MÁS

Lentamente...



Después de tantos días sin escribir -debido a las penosas circunstancias que a veces nos impone la vida-, quiero hablar de un poemario, y he evitado conscientemente usar la palabra “retomar”, porque no he abandonado esta gacetilla, aunque no esté llegando a tiempo. Espero que los pocos lectores tengan a bien no sólo entenderme, sino también comprenderme -contexto en el que se puede percibir con alguna claridad la distinción entre “entender” y “comprender”, y que en el segundo caso apunta a la profundidad.


El libro al que me quiero referir es la obra en colaboración de Andrés Sánchez Robayna y Antoni Tàpies, Sobre una confidencia del mar griego. Precedido de Correspondencias, Madrid, Huelga y Fierro Editores, 2005. Como suelo adjuntarla, diré que desconozco si Huelga y Fierro Editores tiene página en interné. La edición se ha planteado, según me parece, como un intento de diálogo entre las ilustraciones de Tàpies y los poemas del Sánchez Robayna, pero no estoy muy seguro de que el diálogo haya llegado a un entendimiento -aunque sí de que se ha producido. Se trata, en el caso de Sobre una confidencia del mar griego, de poemas altamente visuales en los que el escritor canario es capaz de llevarnos, aun en los días de ceniza, a la orilla del Gran Mar para contemplar una interminable paleta de azules y blancos, la luz, oliendo la mar y el salitre seco en las rocas, los cabos de los veleros blancos, las cóncavas naves... Oír


Golpeaban
los flancos de la luz


y sentirse herido por la claridad es todo uno. Ciertamente, en esta veta numinosa late el deseo que aparece en otros poemarios de Sánchez Robayna de fundirse con lo real, de alcanzar la unidad primigenia -y ya que estamos con los griegos, el hen kaì pân, aunque nos suene un tanto teutónico. Los “ecos del Uno” nos llegan a través de la contemplación de un paisaje con el cual el poeta se funde, aunque sin perder la conciencia, pues el sufrimiento (y no sólo el dolor) siguen estando ahí y no como residuo de algo que se negase tozudamente a desaparecer. Quiero añadir la extrema paradoja que implica el libro: que un atlante ingrese en el Mediterráneo ¿es acaso posible? Sólo si todos los mares son únicamente una mar. Y me parece que Sánchez Robayna muestra sobradamente en este poemario la unidad de experiencia de aquellas personas que han crecido mirando a la mar azul. O soñando con ella.

De Correspondencias sólo osaré citar un hermosísimo verso, porque es sobrada muestra de la sensibilidad del autor:

Pasan trenes de marzo atestados de lágrimas

Quiero por último, pero es hoy lo más importante, darle las gracias a EGO por las palabras de ánimo que ha tenido conmigo. Sépase que por causa suya el libro hoy presentado es un poemario.

sábado, 20 de septiembre de 2008

POESÍA. Vicente Gallego

UN POEMARIO INTERESANTE

Casi por casualidad cogí el otro día en las estanterías de una de las librerías que frecuento un libro; lo abrí, leí un poema y me gustó bastante. Leí un segundo y decidí comprarlo. Se trata de Vicente Gallego, Si temierais morir, Barcelona, Ed. Tusquets, 2008 (página: http://www.tusquets-editores.es/ ). La imagen de Vicente Gallego que figura en la solapa -si debo ser sincero- me pareció todo, menos la fotografía de un poeta. Los prejuicios nos hacen ver la realidad, con frecuencia, de manera equivocada, aunque uno acabe siendo más o menos los prejuicios que tiene. Sin embargo, Vicente Gallego no sólo es un poeta, sino un magnífico poeta. Paisano de otro buen poeta al que a veces parece seguir, Carlos Marzal, el autor de Si temierais morir ha publicado con anterioridad otros poemarios, pero éste es el primero que he tenido la dicha de leer. Hay unos cuantos poemas realmente interesantes en los que Gallego es capaz de hacernos sentir su propia perplejidad en la búsqueda de un sentido que se escapa -el círculo perfecto es un buen ejemplo de lo que digo.

Vicente Gallego no intenta, me parece, hacer buenos poemas, sino poemas duraderos; creo que prefería un lector atento dentro de veinte años que veinte lectores complacientes. Quizás por eso, porque busca la perfección (¿no debería hacer eso mismo todo aquel que osase designarse como poeta?), en algunos momentos su poesía resbala, por decirlo así, entre conceptos. La obsesión por la muerte -como destino que iguala- está presente a lo largo de todo el poemario, pero sólo en algunas ocasiones emerge con fuerza; pero esto lejos de ser un defecto, es una virtud, pues la poesía nunca ha vivido de modas. Y los poetas de moda son quizás todo, menos poetas.

**A estas alturas creo que sólo debo pedir disculpas a EGO por el abandono en el que dejo el blog. Los problemas de la vida me derrotan, pero hasta que no se ponga el sol, debo luchar con esperanza.

jueves, 11 de septiembre de 2008

POESÍA. Itsjok Katzenelson

Kanta! Toma en la mano tu arpa,

gueka, aguekada, livyana

El libro del que voy a hablar hoy está lleno de dolor, pero es -en la mejor tradición bíblica de la que bebe- un canto: Itsjok Katzenelson, El canto del pueblo judío asesinado, Barcelona, Ed. Herder, 2006. Edición trilingüe ídish-castellano-judeo español. Traducción al castellano y transcripción del ídish: Eliahu Toker. Traducción al judeo-español: Arnau Pons. Epílogo: Phillippe Mesnard.

Se pueden decir muchas cosas de este largo canto; pero lo primero que yo debo hacer aquí es recomendar su lectura, capaz de emocionar porque nos hace cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne, como quiere el Eterno por boca de Ezequiel: “Y os daré un corazón nuevo y os infundiré; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne (Ez 36, 26). Itsjok Katzenelson nació en Karelitz (Bielorrusia) en 1886; conoció la Shoá (la Catástrofe), la destrucción de los judíos europeos. Primero en el gueto de Varsovia -desde donde la mayor parte de su familia fue deportada a Treblinka, uno de los campos de exterminio-. Huyó con su hijo mayor a Francia, pero fue internado en el campo de Vittel -donde escribió El canto por encargo de la comunidad judía; finalmente, fue deportado a Auschwitz donde desapareció. Ahora que lo he escrito, pienso en el dolor de marcar los hitos de la vida de una persona por la brutalidad de los asesinos: el gueto, Treblinka, Vittel, Auschwitz... Por eso quiero decir que Katzenelson es un gran poeta, profesor y director de la escuela en Lodz (Polonia); escribió numerosos poemarios, obras de teatro, canciones para niños tanto en hebreo como en yídish (forma usual en España para ídish).

La historia de El canto podría ser el argumento de una gran novela. Katzenelson, huido a Vittel con su hijo, compone -quizás por encargo de la comunidad judía del campo- El canto y, ante el peligro, guarda en tres botellas el manuscrito. Esas botellas fueron enterradas juntoa un pino; la situación la conocían los compañeros de Katzenelson. Cuando el capo de Vittel es liberado, una amiga del autor, Miriam Novich, que conocía el lugar donde se hallaba el manuscrito, lo desentierra para hacerlo público; pero de Katzenelson se perdió toda huella ese mismo año, mil novecientos cuarenta y cuatro, en Auschwitz.

Debo decir -y que me perdone el poeta argentino que ha traducido al castellano El canto, que la versión en djudeo-español tiene mucha más garra que la versión española. Algún día tendremos que hablar ampliamente de la literatura sefardí. Ahora recordaré que el día catorce de septiembre hay un encuentro en torno a la cultura sefardí (literatura, música, cocina...) en París organizado por la amiga Gaelle Collin. Si tuviese ocasión, bien sabe el Eterno que me escaparía a la Ciudad de la Luz en el primer vuelo. Dicho esto, me queda señalar lo que para mí es más importante: la profundidad del dolor y del sufrimiento en una lectura profundamente poética (y, por ello, religiosa) cuya inspiración bíblica es radical. Con ello quiero apuntar a que el lenguaje no “bebe en”, sino que es directamente profético. Muchos pasajes me han recordado a mi viejo amigo Jeremías, que cantó a la desdicha del Pueblo como pocos; como Job, que sólo se quejó del Eterno cuando llegaron sus amigos para convencerlo de su justicia... Claro que el autor se enfrenta con el Eterno; claro que a veces piensa que sería mejor que su silencio tradujese su inexistencia; todo eso es claro, pero también lo es que sin el Eterno no tiene sentido El canto y no es que yo quiera que lo tenga, sino que lo tiene.

Todos conocemos la frase de Adorno sobre la poesía después de Auschwitz; todos conocemos el interrogante planteado por Bloch a Moltmann... Reflexionar sobre ellos es, sin duda, importante, pero aún lo es más mantener viva la memoria, y la memoria poética, aquella en la que se afinca la existencia:

Vos konosko byen! I malgrado ke mi boz no es tan rezya

komo la de mis aguelos los profetas, vos konosko byen!

A los empesijos de Djudyo...

lunes, 8 de septiembre de 2008

RESPUESTA. Conversación con EGO

Donde la conversación
con EGO se prolonga
y se agradece un comentario
sobre las fotografías

Querido amigo EGO, no tienes que darme las gracias por contar historias: pocas cosas hay con las que yo disfrute más. De hecho, en tu segundo comentario afirmas notar cierto “parón”. Lo ha habido y una de las razones es que he estado escribiendo historias (para entretenerme, pero también para descansar). Quizás no pueda mantener el ritmo de comentarios de septiembre, porque aunque no me cuesta trabajo escribir, sí me resulta costoso editar esta gacetilla porque no conozco muy bien el funcionamiento de los medios técnicos y, sin embargo, me gusta que las cosas queden aceptables (ni te imaginas el trabajo que me cuesta que las fotografías aparezcan donde aparecen... Un amigo -otra historia y verídica- me decía: “Valentín, tienes las manos eróticas: todo lo que tocas, lo jodes” -y ya me perdonarás la expresión). Por otra parte, me resulta conmovedor que nos impresionen las mismas historias. La del Nazareno cada día la conoce menos gente; por cierto, M. Yourcenar habla de esa historia de manera magistral en El tiempo, gran escultor, publicado por Alfaguara (lo tengo en algún lugar de la biblioteca, seguro, pero ahora no soy capaz de encontrarlo). El título del libro es ya una invitación para leerlo. No estamos en un tiempo apto para historias de perdedores (podrías leer La puerta de la misericordia, también en Alfaguara. Otro día contaré algo sobre ese libro). En cuanto a Benjamin siempre me cayó bien porque era feo y miope, justo en los antípodas del éxito moderno. Sin embargo, lo más hermoso es que estas historias te reconforten.

Estoy absolutamente seguro de que podrías leer La prueba del laberinto. Y si lo lees, estoy seguro de que encontrarás algo que te dará que pensar, porque uno puede no estar de acuerdo con un autor, pero los grandes -y Eliade lo es- te hacen pensar y te abren puertas. El próximo libro del que hablaré será un poemario; no te lo prometo, pero te lo aseguro.

Además de todo, me encanta, si me permites expresarlo así, que te gusten las fotografías. Espero seguir charlando contigo y perdóname si alguna vez me retraso: puedes creerme si te prometo, esta vez sí, que me hace feliz hablar contigo.

domingo, 7 de septiembre de 2008

ENSAYO. Mircea Eliade

UN LIBRO DE HACE VEINTIOCHO AÑOS

Llevo varios días sin escribir -y sin que me escriban- y a la hora de decidir sobre qué libro hablar estaba lleno de dudas. Me he decidido por uno de esos libros que me han acompañado muchas veces no sólo por el contenido sino por la admiración que su autor suscitó en mí siendo yo joven. Me refiero al autor rumano (aunque viviese largamente en París y acabase instalado en Chicago) Mircea Eliade, La prueba del laberinto. Conversaciones con Claude-Henri Rocquet, Madrid, Ed. Cristiandad, 1980 (página en la Red: http://www.edicionescristiandad.com/ , pero esta editorial ha cambiado profundamente su línea después de la “reapertura” tras un paréntesis de años). Se trata, como indica el subtítulo de la obra, de un libro de conversaciones, género que fue usual hace unas décadas y que, al parecer, sólo los franceses siguen practicando. El acierto de un libro de conversaciones depende, básicamente, de dos factores: las dos personas que conversan. En este caso, tenemos a uno de los personajes más interesantes del la cultura del siglo XX, el historiador de la Religiones y fundador de la Escuela de Chicago, Mircea Eliade, y el arquitecto francés Claude-Henri Rocquet. Éste sabe conducirnos con sus preguntas a través del laberinto que verdaderamente fue Eliade (se le podría preguntar a Mihail Sebastian, pero no me parece necesario).Es, posiblemente, el libro de conversaciones que más he disfrutado.




No se espere que este libro ahorre la lectura de los textos de Eliade: ni es un resumen de su obra ni lo pretende; pero sí nos ofrece algunas claves biográficas para entenderla -ciertamente se ocultan aspectos de la vida del autor de Lo sagrado y los profano, pero sabemos de sobra que toda autobiografía o toda conversación en torno a la propia vida es autojustificativa. Conocemos aquí al Eliade de sus inicios: en Bucarest (con su dragón y la habitación vedada que muchos tuvimos...), en Italia (donde conoce a Papini), el Eliade que se marcha a la India cuando muy pocos lo hacía y que se hace discípulo del maestro Dasgupta, el que regresa cambiado y, al estallar la guerra, marcha a Lisboa (donde conoce a nuestro Ortega, d´Ors, aunque Eliade admirase más a Unamuno a quien, sin embargo, no llegó a conocer), los años del hambre en París en los años de la emigración rumana: Eliade, Ionesco, Cioran... Verdad es que Eliade consiguió ser profesor en la École Pratique des Hautes Études, pero no es menos cierto que pasó grandes apuros económicos. El viaje al país que tiene por nombre una sigla, EE.UU., y la decisión de establecerse en la Chicago en cuya Universidad fundaría Eliade la Escuela de Religiones. En fin, toda la peripecia de un intelectual europeo que como otros en su juventud se quedó deslumbrado con los totalitarismos.



Mircea Eliade nació en Bucarest (Rumanía) en 1907 y murió en Chicago (EE.UU.) en 1986. Su vida, por tanto, recorre la médula del siglo XX: conoció la Primera Gran Guerra, los años inexplicables de Europa, la Segunda Gran Guerra, la reconstrucción, la Guerra Fría -de hecho, ahora me doy cuenta de que la historia del siglo XX puede hacerse casi al completo nombrando sus guerras. El autor del Tratado de morfología de lo sagrado fue también novelista, aunque confiese que lo que he leído de él en ese campo ni por asomo tiene la creatividad que sus ensayos; pero Eliade también tuvo la faceta de escritor de diarios, que se leen con increíble placer. Siempre recordaré sus “ataques de vagotonía”, palabreja ésta (¿en la traducción parcial de los diarios que hizo Espasa?) que yo no conocía y me hacía imaginar a un Eliade echado en su apartamento de París sobre una chaise-longe con la mano en la frente en una actitud teatral.
Las fotografías que ilustran el comentario de hoy son todas hermosas: en la primera está con el arquitecto Claude-Henri Rocquet; en la segunda, con Ionesco y Cioran; la tercera representa a James, Eliade y Graves. La última es la clásica fotografía con Jung, amigo con el que se encontró en las conversaciones de Eranos (que está editando Anthropos) en varias ocasiones. Si alguien consigue hacerse con La prueba del laberinto disfrutará, no lo dudo, tanto como yo.



jueves, 4 de septiembre de 2008

RESPUESTA

Donde sigue la conversación...

Estaba escribiendo otra cosa y he abierto la gacetilla. Me ha sorprendido gratamente encontrar dos comentarios. Anónimo a secas me dice que no está acostumbrado a leer filosofía. Le diré que nunca es tarde, que -como enseñaba Zubiri- somos jóvenes mientras conservamos la capacidad de empezar (de paso, no sé bien por qué todos queremos ser jóvenes; de hecho, yo de niño lo que quería ser era viejo). El nacimiento de la tragedia es una buena elección para empezar a leer a Nietzsche; pero si me permites un consejo, deberías leer a la vez algo de historia para situarte -incluso podría ser bueno leer a Dostoievski. Gracias, también a ti, invisible amigo, por leerme y escribirme.

Sin ánimo de halagarte, diré que tienes más intelijencia de la que confiesas (homenajeemos a Juan Ramón, que se lo merece sobradamente), pues muy pocos alcanzan a “deambular por la belleza de las palabras” en la hermosa frase que usas. Y siempre he creído que la paciencia se alcanza (con paciencia, ciertamente). En cuanto a las preguntas que haces, yo en principio sólo puedo narrar dos historias. Seguramente conoces las dos, pero las recordaré. La primera habla de un hombre, que pasó haciendo el bien, pero al que torturaron y acabaron matando. Colgado del árbol ya no había ninguna esperanza y quien lo viese, por más amor que pusiese en la mirada, no la vería. Era un sin esperanza. Era la víspera de la fiesta del Pésaj del año 30. El árbol era el de la cruz donde, según dice el himno cristiano, “estuvo clavada la salvación del mundo”. El muerto era un tal Jesús de Nazaret. Paradójicamente, pocas realidades han dado más esperanza a los seres humanos que el fracaso de la cruz. La segunda historia es de un hombre, otro judío, que con otros huía de la ocupación nazi de Francia. Llegaron a los Pirineos, la frontera española. Allí los detuvo la guardia civil y los encerró por la noche en una caseta. Nuestro hombre, pensando que lo iban a entregar a los nazis, decidió ahorcarse. Era el 27 de septiembre de 1940 en Port Bou. Los guardias civiles, conmovidos por el suicidio, dejaron pasar la frontera al resto del grupo. Theodor W. Adorno esperaba al que murió en Nueva York. Su nombre era Walter Benjamin, que nos dejó dicho: “Sólo por los sin esperanza nos es dada la esperanza”. Su muerte abrió las puertas de la vida a sus compañeros de viaje. EGO, muchas gracias.

RESPUESTA.

Conversación

Estoy en deuda con este amigo que responde a las iniciales de EGO: le debo dos respuestas; procuraré, si me lo permite, unirlas. Diré que es posible que tenga más “formación académica” que tú, pero eso no implica que tenga más formación ni tenga aquel espíritu de fineza tan del agrado de Pascal. De todos modos, el hecho de que leas lo que escribo (aprovecho la ocasión para agradecértelo) implica que tienes ciertos intereses que hoy son poco comunes. También acepto que con los años he reunido algunos libros que me acompañan y con los que dialogo; porque una de las maravillas de los libros -más aún de las cartas- es que te permiten hablar con personas que ya no están: aparecen delante de ti dibujadas por sus propias palabras.

Respecto a las interpretaciones tendremos que llegar a un acuerdo. Diré que no todas pueden responder a la obra (al lenguaje, si quieres), porque si todas fueran igualmente verdaderas, entonces la obra no tendría otros significado que su capacidad de soportar cualquier interpretación. C. S. Lewis puso un ejemplo magnífico en un libro titulado La abolición del hombre, que editó Ed. Encuentro hace muchos años: si ante las cataratas de Iguazú (él se refería, me parece recordar, a las del Niágara) uno dice: “Son muy hermosas” y otro replica: “Son vulgares” es imposible que los dos tengan razón, salvo que sólo estén expresando estados de ánimo. Así, el primero diría: “Tengo sentimientos hermosos” y el segundo, “Mis sentimientos son vulgares”. Sin embargo, ambos se pretenden referir a la realidad que tienen delante. De hecho, la hermosura provoca en el primero un estado de ánimo de admiración. Si fuese cierto que sólo expresan su propia subjetividad, habría que reconocer que al decir: “Eres estúpido”, estoy diciendo “tengo un estado de ánimo estúpido”. Y no queremos decir eso, pero uno de los errores de los modernos es pensar que la realidad es muda y yo creo que de una obra de arte no importa tanto lo que yo piense cuanto lo que ella piense de mí, cómo me sitúe en el mundo y qué sentido de la existencia me abra.

¿Un no-mío mío o un no-yo mío? (aprovecho para decirle al anónimo que se expresó con el no-yo mío que me parece que el guión debe ir entre el no y el yo para que la frase adquiera sentido). Quizás no es sólo una cuestión de sentido de propiedad, pero ¿está todo el poeta (“yo”) en el poema?

Leer a Wittgenstein siempre es un acierto, porque, además, es de esa raza de filósofos que te empuja a informarte de su vida para descubrir que hay mucha más vida personal en los sistemas de pensamiento de la que parece a primera vista. Nadie que lea el Tractatus pensaría que en él va una buena parte de la biografía de Wittgenstein y, sin embargo, va.

Por nada del mundo quisiera yo dejar fuera de esta gacetilla al único corresponsal fijo que tengo. Hablo de los libros que he leído, EGO, de los que me han influido y me han hecho cambiar de punto de vista -de perspectiva.

¿Dios no está ahora? ¡Qué pregunta! El Martillo de Röcken (el hijo del pastor, vamos, Nietzsche) anunció (algo que ya se había oído, cierto, pero él lo hizo con el lirismo que le caracterizaba): Gott ist tot, es decir, Dios ha muerto. Citaré de memoria (sabiendo que el texto difiere de mi cita, conste): ¿No habéis oído hablar de aquel hombre loco que recorría la plaza con una lámpara a pleno día gritando “busco a Dios” y que, precisamente, arrancó una gran carcajada de los que estaban en la plaza y no creían en Dios? Uno decía: ¿Es que se ha perdido? Y otro: ¿acaso de ha escondido? ¿Se ha extraviado como un niño? ¿O es que tiene miedo de nosotros? ¿Se ha exiliado? Así gritaban riendo unos con otros. El hombre loco saltó en medio de ellos y los taladró con sus miradas: ¿Adónde ha ido? Yo os lo diré: lo hemos matado nosotros, vosotros y yo. Todos somos sus asesinos y el texto sigue (es de El gay saber). El loco (quizás un Sócrates loco o tal vez el que recorría Atenas diciendo: “Busco un hombre”, Diógenes, el antitipo de Sócrates) sigue diciendo: Dios ha muerto, Dios está muerto y nosotros lo hemos matado. A mí, personalmente, ha sido uno de los textos que más me ha impactado (lo leí muy joven) y no tardé en aprenderlo de memoria. Aquí se pone de manifiesto -inspirándose en el Discurso de Cristo muerto de Jean Paul- uno de los desgarros fundamentales de la cultura moderna: Dios parece ausente, tan ausente que es posible darlo por muerto. Como dirían algunos hegelianos, deviene el ateísmo; es decir, Dios estuvo (mientras se creyó en él), pero ahora diría Nietzsche ya no podemos creer en Dios. Pero entonces ¿no nos alcanza el nihilismo? La realidad parece perder toda su sustancia: ¿dónde fundar la igualdad de los seres humanos? Ahora vemos que algunos pretenden acudir a la biología -lo que no deja de ser una forma biologismo, que desemboca en el racismo tarde o temprano. Formulas, además, algunas preguntas muy interesantes: “¿Podemos esperar a Dios desde la desesperanza?, que parece una paradoja. Recordaré la frase de Benjamin que ya he citado en otra ocasión: Sólo por los sin esperanza no es dada la esperanza. Yo diría que una forma posible hoy de pensar la presencia de Dios es hacerlo como ausencia -lo que algunos autores llamarían la discreción de Dios. De todos modos, hablar de esto nos llevaría muy lejos.

Por último, uno puede leer los libros que quiere leer: le llevará más o menos tiempo, pero se hace. Recuerdo que cuando comencé a leer filosofía me enteraba de todo, es decir, en verdad no comprendía casi nada. Sólo con el paso de los años he aprendido que comprendes sólo una pequeña parte y, por eso, hay que releer una y otra vez. Intentaré hablar dentro de mis posibilidades de los libros de arte (pintura, arquitectura) y estética que he tenido la suerte de leer. Gracias por escribir, EGO, y a ver si algún día tengo la suerte de conocer tu nombre.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

ENSAYO. Manfred Frank

EL DIOS VENIDERO



Cualquiera que tenga someras nociones de teología y filosofía sabe que Alemania es una verdadera jungla en los años que van de la muerte de Leibniz a la de Nietzsche, por poner dos fechas significativas. Aquí se incluye la época que otro alemán ha llamado los años salvajes de la filosofía. De hecho, la cultura alemana resultó decisiva en el siglo XIX tanto por Alemania como por Austria y el Imperio. Recuerdo que mi primer profesor de Hebreo Bíblico nos dijo a los cuatro alumnos que tenía: “La primera lengua semítica que debéis aprender es el alemán”, porque la mayoría de los diccionarios y de las gramáticas estaban en alemán. Verdad es que en mi época casi todo se traducía al inglés -y en español contamos con el magnífico diccionario de L. A. Schökel editado por Trotta de precio prohibitivo si se compara con el Brown. Bueno, a lo que íbamos**, el siglo XIX en filosofía es decisivo para entender la historia del siglo XX (piénsese sólo en el marxismo). El libro del que voy a hablar brevemente hoy toca el nudo gordiano de esa época: Manfred Frank, El Dios venidero. Lecciones sobre la Nueva Mitología, Barcelona, Ed. del Serbal, 1994 (página: http://www.ed-serbal.es/ En la colección de Delos hay obras realmente magníficas y es bueno echar una mirada...). El profesor Frank nació en Elberfeld (Alemania) el año en que terminó la Segunda Gran Guerra; le tocó, por lo tanto, crecer en plena reconstrucción y desnacificación (¿la hubo realmente?), una época en la que al decir de muchos Alemania dejó de ser Alemania para convertirse en un satélite de las superpotencias -no le faltaba razón a Fritz Heidegger en su comentario sobre las pretensiones de los americanos.

Frank tuvo como profesores a Gadamer (“el” discípulo de Martin Heidegger, al que el sentido del humor de su hermano Fritz no le hubiese venido nada mal), Löwith (al que el hijo del sacristán de Messkirch acompañó con el escudo de NSAP en un paseo por Roma mientras el bueno de Petersen, al decir de Löwith, no dejaba de tener hijos), Heinrich y Tugendhat, que son suficiente garantía de una formación no sólo sólida, sino sobre todo creativa. Y es que siempre vamos a hombros de gigantes. En la actualidad, si no me equivoco, imparte clase en la Universidad de Tubinga, célebre por su biblioteca. En tono chistoso diré que con semejantes antecedentes (¡el Seminario de Tubinga!) no es raro que el profesor Frank haya trabajado sobre todo el idealismo. Sin embargo, El Dios venidero no es un libro sobre el idealismo: es mucho más.
Jean Paul escribió su desconocido (pero, curiosamente, famoso a través de la vía francesa) Discurso de Cristo muerto desde lo alto del cosmos, diciendo que no hay Dios. Hay una muy buena traducción de Andrés Sánchez Pascual en una obra de Olegario González de Cardedal, Cuatro poetas desde la otra orilla, Madrid, Ed. Trotta, 1996; otra traducción se ha publicado en la Ed. Istmo (por cierto, ¿por qué Andrés Sánchez Pascual no continúa traduciendo a Nietzsche? Lo dejó hace unos años y supongo el motivo; pero hay otras editoriales además de Alianza y la obra emprendida merece la pena). Ese discurso fue usado por el amigo Hegel -no sólo el Viernes Santo especulativo, desde luego-, pero también por casi todos los autores del idealismo alemán y llegó a Nietzsche (quizás por la vía francesa). Todos se preguntaron por la posibilidad de vivir en un mundo en el que Dios ha muerto y, con esa muerte, cualquier posibilidad de una realidad superior que funde la existencia. El profesor Frank profundiza de manera magistral -no sólo porque el libro está escrito en forma de lecciones universitarias- en el asunto abordando la promesa de un nuevo dios que desde Hölderlin al menos es el huésped más deseado de la filosofía alemana. A ese nuevo dios se le puede llamar de muchas maneras -Pueblo, Clase, Raza o incluso “un dios”, pues “sólo un dios puede salvarlos”, Heidegger dixit-, pero desde mi modesta perspectiva se presenta como ruptura con la tradición judeocristiana en forma de una Nueva Mitología capaz de fundar el mundo. Los dioses griegos -que son los germanos despertados de su sueño milenario por la invocación de Hölderlin- ofrecen una posibilidad, sobre todo aquel gran dios, Zagreo o Dionisos. Esto explicaría en buena medida la evolución de la política alemana -no se olvide que las bacantes pretendía abolir la conciencia, tachado de invento judío y cristiano (al fin y a la postre, Jesús de Nazaret fue un piadoso judío) por los nuevos paganos. Y ya sabemos adónde condujo esa abolición. El profesor Frank traza certeramente la línea de pensamiento que va desde la Ilustración a Creuzer. Se trata de uno de esas raros libros capaces de profundizar -no sin trabajo, pero con claridad- es los laberintos de la filosofía. Debo anotar -para los interesados- que la reflexión estética está muy presente en este trabajo, imprescindible para teólogos, filósofos y gentes del pensar.

**Tenía yo un profesor al que llamábamos más o menos cordialmente “el Persiana”, porque se enrollaba solo; temo que a mí me pase lo mismo, pues muchas veces el hecho de escribir sin saber quién va a leer lo escrito (o incluso si alguien lo leerá) hace que uno se exceda con las palabras. Por eso, de nuevo al amigo EGO le doy la gracias por su último comentario sobre Pombo. Dije al principio que me inclino más a las novelas que a los novelistas, a los poemarios que a los poetas.

lunes, 1 de septiembre de 2008

NOVELA. Álvaro Pombo

UN GRAN ESCRITOR

Uno de los narradores españoles con más fuerza es, sin duda, el santanderino Álvaro Pombo. El recuerdo más temprano que tengo de él es una de sus apariciones en una tertulia televisiva; no recuerdo el año, pero me pareció un tipo realmente divertido y con una capacidad de contar maravillosa. El primer libro suyo que leí, años después, fue El metro de platino irradiado, que me encandiló no sólo por su estilo, sino sobre todo por el tratamiento de los personajes, algunos de los cuales tenían realmente vida propia, incluyendo entre éstos algunos secundarios que tiene realmente, contra el título de uno de sus relatos, sustancia. Desde aquella lectura me hice adicto a Pombo. Y es una adicción sana que te hace aprender -por ejemplo, gracias al escritor santanderino conocí a Meyer, al que Pombo usó como fuente para escribir la maravillosa Una ventana al Norte (espero no equivocarme porque estoy citando de memoria). El libro al que voy a referirme hoy está editado, como los dos anteriores, por Anagrama en la serie Narrativas Hispánicas: Álvaro Pombo, Aparición del eterno femenino contada por S.M. El Rey, Barcelona, Ed. Anagrama, 1993 (página: http://www.anagrama-ed.es/ ). Nació Pombo en Santander en junio de 1939, muy poco después del final de la Guerra Civil, Le tocó como a muchos una infancia de estrecheces; estudió Filosofía y Letras y en 1966 tuvo que marcharse a Londres ciudad de la que regresó en 1977. Álvaro Pombo no es sólo un escritor de talento, sino una persona de ideas que, además, sale a la plaza pública a defenderlas. Por esto también hay que felicitarlo.

Se trata de una novela deliciosa sobre la pérdida de la infancia y el ingreso en la adolescencia. Se trata, además, del libro en el que Pombo ha puesto más sentido del humor -algo que a veces parece ausente en sus otras novelas, pues nuestro autor gusta abordar los temas con una profundidad escolástica (digo esto sin segundas), pues él mismo ha insistido en ocasiones en el contenido filosófico de sus narraciones. En la novela de la que hablo, sin embargo, ese elemento está casi ausente y hay mucho más de observación psicológica, de reflexión que pretende sino ser un reflejo de un mundo que desaparece.

Dos niños, el Ceporro y el Chino, ven interrumpida su tranquilidad con la llegada de una refugiada alemana: sin quererlo va trastocándolo todo, según cuenta el Ceporro (por algo es el Rey ya que tiene la palabra) en un estilo cercano y divertido, con el Pombo ha conseguido recuperar ese lenguaje que perdemos al crecer: el de la sinceridad apabullante porque no pretende ser sinceridad, sino sencillamente contar lo que me pasa: Pensar sin hablar no es nada fácil. Y resultaba que, entre unas cosas y otras, me había quedado sin con quién. ¿Con quién iba a hablar si con la abuela y con doña Blanca no se puede y con Rodolfo y con Belinda había ya gastado la mayoría de la pólvora en salvas que no valieron para nada? Y eso que lo que Belinda dijo sí que algo debió de valer, aunque ni me acordaba de qué dijo ni sabía para qué podía valer (pág. 74).

Garantizo a los lectores de Aparición del eterno femenino, una novela corta, que desearán que Pombo hubiese escrito mil páginas más.

domingo, 31 de agosto de 2008

RESPUESTA

YA ES UNA CONVERSACIÓN...

Bueno, me parece que no te falta para nada el don de palabra; pero te equivocas al suponer que yo lo poseo y más aún si supones que tengo más formación que tú. Aclarado esto, lo que dices que me parece acertado en todo: nuestra cultura, nuestra sensibilidad, nuestra historia... todo eso nos hace ver la realidad como la vemos y hasta diría que no podemos verla de forma diferente porque siempre seguimos siendo nosotros mismos. Recuerdo haber leído en alguna parte (así citaban los antiguos) que unos antropólogos británicos fueron a filmar la vida de una tribu africana que no había tenido apenas contacto con los occidentales. La grabación se hizo; se revelaron las películas y reunieron, finalmente, a los miembros de la tribu para proyectar la película. Los ingleses esperaban, supongo, ver las caras de admiración de aquellas personas al verse sobre un lienzo blanco. Pues bien, la película duró unos diez minutos después de los cuales los antropólogos procedieron a preguntar qué habían visto. Todos los miembros coincidieron: “Una gallina”. Lógicamente, nuestros antropólogos británicos se sorprendieron: “No sale ninguna gallina en la película”; pero como los otros insistían, la visionaron detenidamente y encontraron que, en efecto, durante cuatro segundos en la esquina inferior derecha aparecía una gallina. Si non è vero, è ben trovato, o eso espero. Todo esto me recuerda enormemente la obra de L. Wittgenstein, Observaciones a La Rama Dorada (está editado en Tecnos, pero no tengo muchas ganas de buscarlo en la biblioteca; de paso, merece la pena leerlo) al hablar del rey de la lluvia y de la interpretación de Frazer, que no se cuestionó nunca que bailaba precisamente en la época de las lluvias y que el inglés interpretaba como un ritual mágico para causar la lluvia. Los posmodernos -ante los que tengo reparos, pese a lo bien que me cae ese tipo simpático y sin complejos que es G. Vattimo- dirían que no hay realidad fuera de la interpretación. Al fin y al cabo, “al principio era la Palabra” dice el Cuarto Evangelio en el prólogo.

Muchas veces he dicho que no todos vemos lo mismo delante de un cuadro; de la misma forma, tampoco entendemos y sentimos lo mismo con un poema, que como alguien me dijo en una ocasión es un “no-mío mío”. En verdad, los poemas que leemos son también nuestros. Y gracias por escribir.

sábado, 30 de agosto de 2008

RESPUESTAS o casi una conversación...

RESPUESTAS A DOS COMENTARIOS

Una vez más quiero agradecer a EGO la amabilidad que tiene de leerme y si te entendí mal, te ruego que me disculpes. Ciertamente, a veces es difícil hablar con los amigos de algunas cosas, pues puede que no comportan nuestras inquietudes. Confieso que no tengo a casi nadie con quien hablar de mis inquietudes literarias -no digo ya de las filosóficas o de las teológicas-, porque además la gente suele pensar que basta con opinar; aquello de que “sobre gustos no hay nada escrito” se transforma siempre en un subjetivismo agudo sin preocupación por formarse, es decir, en prescindir de la belleza cuando es costosa. ¿No has visto nunca en los museos cómo pasa la gente delante de los cuadros? Apenas les dedican un minuto y hoy con todos los medios técnicos la gente prefiere ver la realidad a través de su cámara digital. Recuerdo que visité cuatro veces la exposición de Sorolla que hizo el Museo de Sevilla; había audioguías y muchos ni siquiera miraban los cuadros, sino la pequeña pantalla. En ocasiones he tenido la sensación de que cierta cultura -y por nada del mundo quiero ser pedante- nos aísla. Pues bien, construyamos un hermoso archipiélago para que las islas no huyan.

Otra persona que tampoco se identifica cita a Heidegger con el que personalmente tengo mis más y mis menos; pero sí, también yo creo que el arte es cuestión de verdad, de desvelar lo real, de traerlo a lo claro. Y te animo a que consigas el poemario completo.

A los dos amigos, Shabbat shalom.

POESÍA. Luis Rosales

SABBATH SHALOM
OTRO POETA TAL VEZ PERDIDO



Si el otro día hablaba de Leopoldo Panero, hoy quiero referirme a otro poeta, considerado por algunos como la cabeza visible de la llamada Generación de la Guerra o Generación del 36. Claro que entrar en el juego de los nombres** nos podría llevar a hablar de poesía arraigada, de poesía desarraigada... También nuestro poeta ha tenido quien, como a Panero padre, intenta arrastrarlo por el fango. Hablo del grandísimo Luis Rosales, La carta entera. Oigo el silencio universal del miedo, Madrid, Ed. Visor, 1984 (se puede encontrar la página de la editorial: http://www.visor-libros.com/ ). Se trata de la tercera parte de La carta entera; las dos anteriores son La Almadraba y Un rostro en cada ola (publicadas también en la editorial Visor).

Luis Rosales nació en 1910, en Granada, que tan enormes poetas ha regalado a España sin pedir nada a cambio. Vivió en Madrid en su juventud; allí se inició en la poesía (dicen los libros de texto: con los garcilasistas; pero quieren decir: con los amigos que hizo: Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero, José García Nieto... Sí, los amigos y no los conceptos. En el Cruz y Raya de ese ser excepcional que fue José Bergamín, publicó Rosales sus primeros poemas. Después llegó la horrible guerra y la desgracia a Granada: el arresto de Federico en casa de la familia Rosales y su posterior ejecución por una banda de desalmados de la peor calaña que han contribuido como pocos a la historia de la abyección. A finales de la década de los treinta, Rosales publicó en Jerarquía, que pertenecía a Falange. Posteriormente colaboraría con otras publicaciones como Escorial. En 1949 con la publicación del poemario La casa encendida causó un no pequeño revuelo, pues imprimió a su poesía un giro radical: lo cotidiano, la conversación, pasa ahora a primera plano. En los años sesenta ingresó en la Academia (leyó su discurso de ingreso allá por 1964). Recibió el Premio Cervantes y murió en octubre 1992, a los ochenta y dos años, dejando tras de sí una maravillosa obra poética. La editorial Trotta ha publicado sus obras completas.

La carta entera se sitúa en esa senda de lo cotidiano: el viaje, la conversación, la mirada al paisaje... con un sentido muy profundo del ritmo y con hallazgos expresivos ante los que yo sólo puedo descubrirme para disfrutarlos leyéndolos en voz alta, como se debe leer la poesía, una y otra vez. Se trata de uno de esos poemarios que dan que pensar sin la pedantería de algunos profesores alemanes de filosofía, que además fueron muy mediocres poetas. Voy a permitirme el lujo de citar algunos versos del poemario, que invito a leer y releer:

Un hombre circunspecto casi nunca es alegre,
Antonio es circunspecto,
por lo cual he podido ver que en varias ocasiones se
jugaba la vida de manera minuciosa
(de Para eso están los ojos).

A veces nos sorprende con reflexiones en las que uno puede perderse y a las que debe volver una y otra vez:

Pero no te equivoques demasiado: la plenitud
te llena pero no te acompaña,
porque se está acabando a todas horas y un día se olvida
de nacer,
cuando llega esa hora “el mundo cabe en un olvido”
y un solo olvido es como el mar:
te aísla,
sin embargo amor ven, vuelve a venir amor,vuelve a decirnos [...]
(de Despacio, muy despacio, despacísimo).

Por último:

La duda es una quemazón que causa el humo y
no la llama,
y quien duda se quema sin arder,
por consiguiente ahora debe aclarar que la duda que ha
comenzado a atormentarme [...]

En fin, Luis Rosales, otro de los poetas al que parece que se le ha aplicado, conscientemente, la damnatio memoriae. Pero mientras queden personas con corazón, Luis Rosales tendrá su lugar asegurado.

**Ésa es la mentalidad de los agrimensores: clasificar la realidad pensando que al catalogarla (κατα-λóγος, que dio καταλογος y no se me permite poner el acento a la segunda alfa, lo siento) la comprenden. La clasificación como sistema de dominación -al fin y al cabo según el Primer Libro de Samuel, Yhwh se enojó con Saúl porque censó a los israelitas, es decir, los trató como propiedades. ¿Nunca habéis visto a las doñas Margaritas o a los don Sebastianes explicar un poema o visitar con sus alumnos alguna catedral? Son la exactitud estéril, huera, que mata toda vida: románico de transición, Maestro Mateo, cisterciense, gótico flamígero, Dancart, arco apuntado, ojiva... Miran sin ver y leen sin comprender. Eso sí: todo está clasificado, cada elemento tiene su lugar en el catálogo y éste, una vez cerrado, es como la lápida: sólo sirve para tapar un cadáver. Sin embargo, el arte es una realidad viva -por eso una y otra vez debemos protestar contra los museos...

viernes, 29 de agosto de 2008

RESPUESTA

RESPUESTA AL ÚLTIMO COMENTARIO

La persona que escribe el comentario (y que parece que responde a las iniciales EGO, aunque no sé si es un juego con el “ego” latino) me formula una pregunta a la que yo debería responder, en primer lugar, indicando que no soy ningún consejero. Después de decir esto -y para no resultar antipático, pero también porque la pregunta me parece muy interesante y porque tengo la sana costumbre de contradecirme- haré algunas observaciones. Me parece que sería bueno preguntarse, lo primero, por el concepto de amistad, pues la respuesta depende en buena medida de lo que entendamos por amistad. El DRAE nos dice: Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato. Este concepto se remonta, como mínimo a Aristóteles, pues da a entender que los amigos son aquellas personas que siempre buscan nuestro bien porque nos aman. Sin embargo, surge una otra pregunta: ¿hacer ver las sombras es hacer bien o mal? Nuestra tradición cultural asocia lo oscuro con el mal; según esto la única respuesta que me parece sensata es que depende con la finalidad que nos hagan ver las sombres: si se tratara de hacernos daño, no cabría calificar a la persona de amigo; pero si nos hiciesen ver la sombra para advertirnos del peligro, ¿no estarían buscando nuestro bien?

Desde hace muchos años -he doblado el cabo de Buena Esperanza de mi existencia- defino a los amigos como aquellas personas delante de las cuales te puedes quitar todas las máscaras: puedes mostrarte tal cual eres porque no hay ningún miedo. Habitualmente, y quizás esto sea una proyección de mis propios temores, las gentes nos ponemos mil máscaras (no sólo los papeles sociales que nos toca desempeñar) para aparentar lo que no somos. A veces es por puro miedo al rechazo -muchas veces mirando el espejo sólo alcanzas a ver un monstruo-, otras porque se espera que seamos guapos, felices, sanos... ¡y tenemos tanto miedo al fracaso! Así, un amigo puede perfectamente hacerte ver las sombras si tiene el coraje -escaso en los tiempos que corren- de mirar al mal cara a cara y llamarlo por su nombre.

Antes de acabar, ¿acaso se pueden ver las sombras sin que haya luz? Confucio enseñaba que basta una vela para disipar la oscuridad; pero esa misma vela, que es luz, creará sus sombras y reconocemos los perfiles de la realidad por las sombras que la enmarcan. Sin embargo, prefiero hablar de todas estas cosas tomándome un huisqui. Seguro que puedes hacerlo, si tienes la edad, claro, con los amigos.

Por último, agradecerte nuevamente que hayas escrito algo.

jueves, 28 de agosto de 2008

ENSAYO. Filosofía: Nicolás Berdiaev

UNA PRIMERA INTEPRETACIÓN RELIGIOSA DEL MARXISMO


Nadie puede dudar -esté de acuerdo o en desacuerdo- que el marxismo ha sido uno de los componentes ideológicos fundamentales de nuestra época. Hoy sabemos que, políticamente, ha fracasado y según mi humilde opinión eso se debe en gran medida a que su horizonte último de desarrollo era exactamente el mismo que el del capitalismo; esta afirmación, discutible sobre todo pensando en el propio Karl Marx, me parece aplicable al desarrollo histórico de los partidos marxistas. Así, como el capitalismo el marxismo ha de entenderse como una religión. Hoy son muchos los pensadores que comparten esta opinión (los críticos marxistas de la religión acabaron convirtiéndose en ocasiones en críticos del marxismo porque era una religión). No hace falta acudir a Steiner (que analizó el problema de una manera quizás superficial) ni a Karl Popper (el crítico más firme de Hegel) ni siquiera a uno de los más audaces intérpretes del marxismo, L. Kolakowski (el título de cuya última obra traducida al español es suficientemente narcisista como para leerlo: Por qué tengo razón en todo) para darse cuenta de que el marxismo, como mínimo, “ha funcionado” como una religión (y así caería bajo el epígrafe de “opio”, pero para esto sería menester que toda religión lo fuese). Los trabajos del Henri de Lubac sobre el joaquinismo lo pusieron de manifiesto; pero antes, bastante antes, fue precisamente un autor ruso, que había militado en las filas de los partidos socialistas, el que realizó esta interpretación. Ciertamente, alguno querrá invocar aquí el nombre del del Röcken, puesto que entendió el marxismo como una modificación del cristianismo, de la misma manera que éste sólo pudo entenderlo como platonismo para el pueblo. Friedrich Nietzsche, sin embargo, entendió mal no sólo la fe cristiana, sino lo que desde mi perspectiva es más paradójico atendiendo a su origen (como él querría) y a sus primeros estudios: no fue capaz de entender la Reforma luterana en gran parte por su falta de comprensión de la visión estética del catolicismo (no vayamos a citar a Balthasar).

El libro al que quiero referirme es Nicolás Berdiaev, El cristianismo y el problema del comunismo, Madrid, Ed. Espasa-Calpe, 91968. Se trata de un tomo de la famosa colección Austral, el número 26, cuya primera edición castellana es de tiempos de la República, de 1937. Berdiaev (o terminado en efe doble según las formas de transcribir el alfabeto cirílico) nació en 1874 en Kiev (actual Ucrania); murió en el destierro parisino poco después de terminar la Segunda Gran Guerra, en 1948. En su primera juventud, a comienzos del siglo XX, fue desterrado a Siberia, como tantos otros intelectuales y más tarde, por su polémica con la Iglesia Ortodoxa a raíz del Santo Sínodo, fue desterrado de por vida ya que fue acusado de blasfemia. Este destierro acabó con la Primera Gran Guerra y la Revolución de Octubre. Berdiaev, que había sido marxista o al menos había aceptado algunos de sus postulados, se opuso, sin embargo, a los bolcheviques porque su filosofía era incompatible con la abolición del individuo**. Fue expulsado de Rusia en 1920 con un numeroso grupo de intelectuales que, si bien nunca había apoyado al zarismo, tampoco lo había hecho con la Revolución. Quizás fue una suerte que lo obligaran al exilio, pues otros que se quedaron acabaron en las manos de la espantosa GPU. Se intentó establecer en Berlín (de hecho había realizado estudios en Alemania), mas la situación del país hizo insostenible su presencia allí. Berdiaev entonces, como una buena parte de la intelectualidad rusa emigrada, se afincó en París -que se venía presentando desde el siglo XIX como lugar de acogida de los perseguidos políticos. En la Ciudad de la Luz realizó sus publicaciones más importantes y permaneció allí hasta su muerte. En otro momento hice reflexión a los bizantinos que emigraron a Italia, Francia y España tras la catástrofe del 29 de mayo de 1453 y cómo contribuyeron al florecimiento cultural. A veces tengo la sensación que con la emigración rusa tras la Revolución de Octubre (¿no era Moscú la nueva Constantinopla, la Tercera Roma?) pasó algo semejante, sobre todo en Francia, país en el que la presencia ortodoxa ha sido muy importante y ha dejado una profunda huella cultural.

En El cristianismo y el problema del comunismo Berdiaev adelante una explicación del comunismo como heredero del quiliasmo (de χíλιοι -quílio, “mil”- y cuyo significado, en líneas generales, es idéntico al de milenarismo y que aparece emparentado con las doctrinas de Joaquín de Fiore, el joaquinismo): la implantación del Reino de Dios en la Tierra como acontecimiento escatológico, es decir, que marca el fin de la historia -de hecho la sociedad socialista se quiere como fin de la historia efectiva pues termina con las contradicciones que dan origen a la lucha de clases. Escuchemos a Berdiaev: “Para él [Marx], el proletariado es el nuevo Israel, libertador y constructor de la nueva ciudad terrestre. El comunismo proletario de Marx es una disidencia del viejo chilismo (?) hebreo” (pág. 72 donde “chilismo” quiere decir quiliasmo, palabra que no debía conocer el traductor). Más adelante dice: “La teoría marxista del Zusammenbruch [colapso] de la sociedad capitalista es, en verdad, la fe en el Juicio Final. Pues hay un fenómeno escatológico en todo comunismo revolucionario: la idea de que en un momento dado se abrirá un precipio que partirá el tiempo en dos. Es lo que el alemán Tillich, teórico del socialismo religioso, definía bajo el nombre de Katpoc, erupción de la eternidad en el tiempo” (pág. 72). Los análisis del autor ruso son bastante serios y, sobre todo, anticipan lo que sucedió con las revoluciones marxistas en la segunda mitad del siglo XX: su componente religioso. No me refiero ya al culto a la personalidad -evidente en figuras como Lenin Che Guevara-, sino al sustrato que (en contra de la tradición judía y de la cristiana) piensa que el Reino de Dios puede irrumpir en este mundo por la fuerza. Además, me parece que es justo decirlo, Berdiaev no fue un burgués ni defendió un cristianismo aburguesado: más bien, como puede leerse en El cristianismo y el problema del comunismo, advirtió que la fe cristiana sólo sería creíble si se desembarazaba de la sociedad burguesa (véase por ejemplo la pág. 82).

**No puedo entrar ahora en los horrores que han provocado las revoluciones en los últimos siglos; pero cualquier que mire la historia sin cerrar los ojos no podrá aceptar ya aquella idea de progreso de la que hasta Voltaire acabó desembarazándose. Sólo quiere recordar las instrucciones que se dieron para los interrogatorios -pienso ahora en el matemático y teólogo Pável Florenski, que acabó sus días en un campo en Siberia y del algún día espero poder hablar-: “En la instrucción del sumario no os propongáis buscar materiales o pruebas de que el acusado atentó de palabra o de obra contra el poder soviético. Vuestra primera pregunta será: ¿a qué clase pertenece, de dónde procede, qué estudios ha cursado, qué educación ha recibido? Ésas son las preguntas que deben determinar la suerte del acusado”.

miércoles, 27 de agosto de 2008

RESPUESTAS. Un agradecimiento y una petición.

RESPUESTA A DOS COMENTARIOS

Por primera vez recibí dos comentarios a los escrito. Quiero separar con nitidez mis respuestas, porque no se pueden nivelar la rosa y el estiércol, aunque de éste acaben naciendo, con un poco de suerte, aquella.

[1] Alguien sin nombre -anónimo- me dijo que le gustaba Panero y que me escucharía siempre que pudiese. Sólo me cabe darle las gracias pues sus palabras me animan a seguir escribiendo sobre los libros y las personas que me han ayudado de una u otra forma. Sólo espero, querido desconocido, que te gusten también algunos de los otros libros a los que me refiero. De nuevo, gracias.

[2] Otra persona se limita a ensuciar el nombre de Leopoldo Panero. Lo llama “fascista”. Ya dije que Panero había tenido la mala suerte de ser ubicado en la Generación de la Guerra. No tuve el honor de conocerlo, pero lo que he leído de él dista mucho de una actitud autoritaria -y fue de los pocos que tuvo la valentía de responder a otro poeta que se dedicaba a arrastrar por el fango, para mayor autobombo, los nombres de algunos poetas españoles. Digo esto sabiendo que ninguno de los mortales -el primero quien esto escribe- alcanza la perfección personal -la literaria sólo a veces. Sin duda, Panero cometió errores, pero quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Por último, se acostumbra en nuestro país a utilizar las palabras para descalificar e insultar a los prójimos. Me gustaría que si alguien más quiere comentar algo, se ahorre los insultos o que éstos recaigan sobre mí, que soy al fin y a la postre quien escribe; mas recordaré que los insultos, como indica el origen latino de la palabra, son saltos en contra: así actúan las alimañas, los depredadores, porque todas las personas, incluso las que a veces comenten el error de insultar, pensamos.

martes, 26 de agosto de 2008

POESÍA. Leopoldo Panero

UN POETA OLVIDADO

Hablar de este poeta es entrar en un berenjenal del que pocos pueden salir ilesos; pues hablar de literatura en la España de la posguerra ofende a ciertos personajillos del mundo cultural que deben defender a capa y espada que aquello era un absoluto erial. Comprendo que detesten a Zubiri, pues no lo entienden y la mejor manera de defenderse de él es descalificarlo; entiendo que Cela les parezca despreciable o que arremetan contra el mejor escritor español del siglo XX por ser hijo de su padre -la enormidad de la culpa va ligada al apellido. Los modernos saben situarse antes de Jeremías: “Los padres comieron agraces, los hijos tuvieron dentera”. En el caso que nos ocupa, da la impresión que hasta los hijos han rechazado al padre, que escribió:

EPITAFIO

HA muerto
acribillado por los besos de sus hijos,
absuelto por los ojos más dulcemente azules
y con el corazón más tranquilo que otros días,
el poeta Leopoldo Panero,
que nació en la ciudad de Astorga
y maduró su vida bajo el silencio de una encina.
Que amó mucho,
bebió mucho y ahora,
vendados sus ojos,
espera la resurrección de la carne
aquí, bajo esta piedra.


Leopoldo Panero, Por donde van las águilas, Granada, Ed. Comares, 1994 (página: http://www.comares.com/ ). La edición y el prólogo corren a cargo de Andrés Trapiello, leonés como Leopoldo Panero. Éste nació en Astorga en 1909; llegó, pues, demasiado tarde para pertenecer a la Generación del 27 y, por desgracia, ha sido incluido en la Generación de la Guerra, la del 36. Este hecho y el que se quedase en España ha condicionado enormemente la recepción de sus obra en los últimos años. Además, su polémica con el sobrevalorado poeta chileno Pablo Neruda (que como es bien sabido se disculpó por apoyar el stalinismo con sus millones de crímenes ¿o no lo hizo?) no le favoreció -y Dámaso quizás le falló en esto. Ciertamente, su particular peripecia personal y política ha servido para machacarlo, pero ahora no quiero entrar en la búsqueda de miserias, terreno al que parecen abonados muchos de los modernos -coprófagos se les podría llamar si no fuese porque tendrán que ir al diccionario.

Por donde van las águilas es un maravilloso poemario lleno de sensibilidad. Con un fondo imponente, Panero trabajó cuidadosamente la forma de sus poemas. La presencia de la naturaleza en la poesía de Panero se impone con rotundidad convirtiéndose en un símbolo que lleva al poeta y al lector mucho más allá. De parecida manera, los sentimientos de profunda raigambre -la familia- asoman en muchos de los rincones de esta poesía, pero sin efluvios melosos, sino como rocas sobre las que apoyar la existencia. Dios, el Dios que es fuente de sentido y de búsqueda, emerge en los poemas como la realidad que hace más profunda la realidad que se siente, como el hondón en el que perderse. Permítame Andrés Trapiello que me tome la libertad de citarlo: “La palabra patria escalofría, la palabra Dios hace huir a los snobs y a los progres (que procuran escribirla en minúscula o en plural: les parece más pagano y clásico), y la palabra familia mueve a risa. Es el gotha de nuestro tiempo. Sin embargo, la patria de la que habló Panero, su amado Castrillo de las Piedras, no es muy diferente de aquel là-bas del que hablaba Baudelaire: una huida y un sueño; su familia, al final, no fue muy diferente a la que todos tenemos: soledad y una eterna ausencia; en cuanto a Dios (“quien habla solo, espera hablar a Dios un día”), en de Panero es el mismo que todos llevamos dentro: aquel al que se habla cuando todo es silencio.


Estamos siempre solos, siempre en vela,
esperando, Señor, a que nos abras
los ojos para ver, mientras jugamos
”.

La fotografía que ilustra esta reflexión es hermosa: Leopoldo Panero y su amigo, el gran poeta
José García Nieto (del que hablaremos en otro momento), que al tener noticia de la muerte de Leopoldo escribió el siguiente soneto (Cuadernos Hispanoamericanos, julio/agosto de 1965, pág. 201):


Busco tu compañía en esta ermita
donde he entrado a rezar por ti, tocado
de soledad, herido y asombrado
por todo lo que un golpe precipita.

Y tú no estás. ¿O no era aquí la cita?
Estoy solo. Pasaba. Me han llamado
Y era tu voz; la voz del desterrado
que en el desierto del poema grita.


Torre de hombría, paz andante, lumbre
cautiva, acostumbrada pesadumbre:
¡cuánto valor sin sitio y tan aparte!

Rezo sin entender... ¿Cómo podía
haber sido... En la cruz, Él me decía
que lo mejor estaba de su parte.



Leopoldo Panero, nacido en Astorga, fallecido el 27 de agosto de 1962 en León, es sin duda uno de los grandes poetas españoles del siglo XX.

lunes, 25 de agosto de 2008

RESPUESTA

RESPUESTA AL ULTIMO COMENTARIO

En primer lugar, gracias por haberte molestado en escribir algo en la página. A veces tengo la sensación de ser un autista... En segundo lugar, no sé cuál es verdaderamente el estado en que te encuentras. Si estás abatido quizás lo mejor sería algo que te animase, aunque entra dentro de lo posible que alguien con tu mismo estado de ánimo te ayudase... Por eso, me permitiré recomendarte a Rilke, pues quizás te resulte más cercano. Una última cosa: ¿no son los estados de ánimo como los colores? Éstos dependen de la luz y lo que uno ve azul otro lo encuentra verdoso; quizás necesites cambiar de luz.

NOVELA. Dezsö Kosztolányi

UN ESCRITOR HÚNGARO



Lo que aún hoy llamamos Europa del Este -nombre que se le dio tras caer el Telón de Acero- fue otrora Europa Central: todo un piélago de países convocados en torno al Imperio Austro-Húngaro, de límites nacionales difusos, pero mucho más difuminados desde una perspectiva lingüística o, simplemente, cultural. Se sabía que terminaba aproximadamente en la frontera turca. Católicos, ortodoxos y judíos, hermanos pero de sensibilidad distinta, convivían con islas teutónicas de luteranos (esas gentes insensibles ante la belleza de un icono o ante el brillo de capitel dorado). Más allá, el turcomano quemador de bibliotecas, aquel convirtió el Asia romana en un desierto merced a su ancestral costumbre de criar cabras, el mismo que había arrasado Constantinopla y hecho desaparecer (prodigio que los modernos llaman labor cultural) la gran biblioteca, aquel que destroza las imágenes, los iconos, las basílicas. Europa Central sometida a una presión de siglos nos dio al resto de los europeos, los habitantes del continente en el que se pone el Sol, generaciones de artistas que apenas conocemos; proceden de Galitzia, Hungría, Bohemia, Transilvania, de Dalmacia, del Tirol o de Bocovina... Muchos de ellos son la herencia de Bizancio, aquella civilización que en la época en la que los alfanjes, mal remedo del kidôn que usaron los antiguos, se dedicaba a pensar la esencia de los seres angélicos, oh Rilke; civilización de la que los occidentales se reían por sus costumbres refinadas. A ellos le debemos el renacimiento carolingio, las traducciones de los griegos y de los latinos (sí, a ellos) y una enorme parte del Renacimiento del XV, cuando los bizantinos -que entre las varoniles bestias, cuya espada aún gotea sangre, quería decir afeminados- recalaron en Occidente para llevarles sus libros, su saber y su cultura. Es una deuda que nunca pagaremos, porque ya es demasiado tarde para pagarla.

Pues bien, de Hungría** nos llegó Deszö Kosztolányi, La cometa dorada, Barcelona, Ediciones B, 2005 (página: http://www.edicionesb.com/ ). La introducción la ha hecho uno que, afortunadamente para nosotros, está empeñado en servirnos la gran cultura de Europa Central, Adan Kovacsics. Se impone la lectura de la introducción, porque Kovacsics sabe muy bien lo que se dice -porque nos ha ayudado a conocer a Kertész, Esterházy, Bodor... No sólo de Musil vive el lector. Kosztolányi tuvo una vida agitada, aunque menos de lo que cabría esperar. Nacido en 1885 (un año antes que Paul Tillich del que hablamos ayer), asistió al derrumbe del Imperio y a la desintegración de Europa Central -de hecho hoy su ciudad natal no es Hungría, sino Serbia. Como Roth -pero no como los que emigraron- tuvo que reconstruir un mundo entero, el que había perdido. Y lo encontró en su infancia, en su juventud dorada porque, a diferencia de otros, no tuvo segunda inocencia. La cometa dorada narra la historia de un profesor que siente cómo el mundo se hace caótico bajo sus pies (un paso del cosmos al caos) cuando sus alumnos e incluso su propia hija le hacen frente rebelándose contra él. Me parece, en efecto, que se trata de una rebelión contra la belleza (cosmos) en nombre de una libertad sin finalidad y que, por lo tanto, acaba renegando de sí misma. El estilo es extremadamente nítido y nada hay de rebuscamiento estilístico o formal; y por eso es también una gran novela. Sin duda, se trata de una búsqueda en la propia historia, en las propias raíces y hay mucho del autor en cada página de la novela. En sus últimos meses Deszö Kosztolányi perdió la voz, él que había sido un gran poeta; murió en 1936 cuando la barbarie estaba a punto de arrasar la Europa que el autor húngaro había visto hundirse y empezar a resurgir.

**Podría haber sido rumano o esloveno o ruteno... Pero quiero referirme a los rumanos, porque el racismo sutil que se está infiltrando en los pulmones de la sociedad española empieza a ser alarmante. Podría decir que Eliade, Cioran, Ionesco o el mismo Constantin Brancusi eran rumanos (no hace falta hablar del profesor Patapievici); pero el problema no es ése. El problema es que cada día más personas entienden “rumano” como sinónimo de persona peligrosa, de probable delincuente... El racismo consiste en ver primero al rumano -al judío, al ecuatoriano, al hispano...- que al hombre. Los idiotas (léase la prensa) nos dicen que la biología resuelve ya los problemas morales: el adn y esas monsergas, cuando nosotros creíamos que una forma sutil de racismo, la más dañina en la historia, era fundar la ética en la biología. Lo peor está por venir pues las jóvenes generaciones han inoculado acríticamente ese racismo que consiste en negarle al otro el derecho a ser de otro modo. Del racismo sólo nos curaremos cuando viendo al rumano, al andaluz, al tibetano... veamos primero a nuestro hermano.

domingo, 24 de agosto de 2008

ENSAYO. Teología: Paul Tillich

DIES DOMINI
A hombros de gigantes


La Teología es una realidad desconocida para la mayoría de los españoles. Casi nadie lee teología (ni siquiera los clérigos, que a veces parecen seguir aquella recomendación unamuniana de “más religión y menos teología”. Ya enseña la sabiduría popular: “Si los curas comieran piedras del río, no estarían tan gordos los tíos jodidos”, que podría referirse al mucho hablar y al poco pensar). Sin embargo, como Benito en Alejandría, que escuchaba discutir a los peluqueros de la ciudad a propósito de la polémica entre nestorianos y monofisitas, en este dichoso país -tan atrevida es la ignorancia- son pocos, escandalosamente pocos, los prudentes que prefieren callar antes que rebuznar. Y es que respecto a la Teología hay muchos rebuznos, porque opinan sin saber, hablan sin criterio y sólo saben expresar prejuicios. Y me refiero aquí exclusivamente a la Teología. Los entes rebuznantes (bocinantes deberíamos decir merced al cambio en los sistemas de transporte, pues no queremos faltar en nada al noble animal no sólo por respeto a Juan Ramón Jiménez, sino porque, realmente, el burro es un animal humildemente noble) son de diversa índole y suelen pensar que si se apagase el Sol, nos iluminaría la Luna; pero no se toman la molestia de leer algo serio. Bueno, eso ha pasado con Hegel al que lúdicos profesores se permiten el lujo de criticar sin tomarse la molestia de leerlo. Por hablar que no quede, ¿verdad? Dicho lo cual yo debería ponerme el sombrero, sacar al perro a pasear y desternillarme de risa tomando el sol; mas de tales actividades sólo me es posible la primera, porque ni tengo perro, aunque me gustaría de vivir en el campo, ni acostumbro a tomar el sol.


Así, pues, para todos -incluyendo a los que procuran no leer para poder seguir hablando sin saber- recomendaré un libro que sólo podrán encontrar** ya en la bibliotecas: Paul Tillich, La dimensión perdida. Indigencia y esperanza de nuestro tiempo, Bilbao, Ed. Desclée de Brouwer, 1970 (edición alemana de 1962). Me parece que fue Ortega quien nos dejó la consigna: “Traducid la cultura europea” y fue un acierto traducir a Tillich. Resulta curioso leer la advertencia del editor: “La lectura de sus [de Tillich] obras, incluida la que ahora presentamos, exige, si ha de ser provechosa, una muy sólida formación filosófica y teológica. A quienes de ella carezca resultaría perjudicial. Hacemos aquí a modo de advertencia esta reserva”. Consecuencia lógica de pedir una sólida formación es que muy pocos leyesen a Tillich; pero, sobre todo, la nota revela el miedo del editor de la época (y de aquellos a los que representa) a que las personas de cultura se acercasena la Teología -la despreciable frase “doctores tiene la Iglesia” para evitar que el pensamiento pudiera causar alguna fisura en el supuestamente sólido bloque, mas como se ha visto sólo era sólido por causa de la presión.

Paul Tillich, hijo de un pastor luterano (como tantos pensadores alemanes: recuérdese el Seminario de Tubinga y al propio que expresó su desprecio por el oficio paterno allá en la casa de Röcken), nació en Starzeddel (Brandenburgo, Alemania) en 1886, el mismo año que Karl Barth y dos años después que Rudolf Bultmann, un año antes que Friedrich Gogarten y tres antes que Martin Heidegger (datos que nos permiten situarlo). Estudió Teología en Berlín, Tubinga y Halle, y finalmente fue ordenado pastor de la Iglesia luterana. Durante la Primera Gran Guerra fue capellán militar sirviendo en el mismo bando que Wittgenstein -ambos acabarían abandonándolo. Posteriormente, trabajó como profesor universitario (en la época de la galopante inflación en Alemania que tan bien dejó descrita nuestro Dámaso Alonso). Vivió el ascenso de los totalitarismos y, siendo ya profesor en la Universidad de Frankfurt am Main, se opuso al régimen nazi a consecuencia de lo cual fue destituido en 1933. Barth tendría que abandonar la enseñanza en Alemania en 1935; Bultmann apoyó los movimientos eclesiales de resistencia a la barbarie nazi (la Iglesia Confesante a la que perteneció Dietrich Bonhoeffer, que fue asesinado en 1945) y se negó a modificar sus clases para adaptarlas a la “nueva Alemania” (como exigían las autoridades). Sin duda, ver los problemas a toro pasado, como suele decirse, es fácil: en 1934 G. von Rad se hizo miembro del NSDAP, pero lo abandonó en 1937 para unirse a la Iglesia Confesante; la trayectoria de Heidegger es polémica (recuérdese el Discurso del Rectorado) y lo suficientemente conocida como para no tener que referirse aquí a ella. Sin embargo, Tillich fue obligado a abandonar en 1933. Emigró a Estados Unidos y allí ejerció una notable influencia tanto en el ámbito filosófico como en el teológico. No es el menor de sus méritos haber apoyado la emigración alemana durante los años del régimen hitleriano -Adorno y Horkheimer supieron de su generosidad.

La dimensión perdida es una obra pequeña, pero de meridiana claridad y que es capaz de establecer -como Tillich siempre quiso hacer- puentes entre la cultura de la época y la religión (pues “la forma de la religión es la cultura”). Definida como dimensión de profundidad del ser humano la religión se presenta aquí en una perspectiva que todavía hoy sorprenderá a muchos. Me parece que en los tiempos de indigencia intelectual que nos han tocado vivir, un primer acercamiento a la Teología puede hacerse a través de esta obra de Tillich uno de cuyos méritos no menores es hablar en un lenguaje inteligible.




**En el libro de Tillich tengo escrito: “ ´Robado´ al P. Antonio García del Moral”. Así fue como lo conseguí: mi generoso profesor de Griego Bíblico y de San Pablo, amigo al que estaré eternamente agradecido, viendo el vivo interés que yo sentía por Tillich (como por todos los teólogos de su época: Barth, Brunner...) me permitió quedarme con el libro. No es la única deuda que contraje con él. Pocas realidades hay más hermosas en nuestras vidas que encontrar a personas que nos abran camino y nos den luz para pensar por nosotros mismos.